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Tribuna:CLÁSICOS DEL SIGLO XX (2)

Una extraordinaria capacidad de entrega

No es infrecuente que de un éxito extraordinario derive, por la inapelable ley del péndulo, un olvido militante y opaco. Así sucedió con Stefan Zweig. Referente constante en la Europa de los años treinta de la literatura de calidad con gran éxito popular, omnipresente en las bibliotecas de la burguesía española de los años cincuenta (en ediciones sin embargo gravemente mutiladas por la censura, que llegó a eliminar no sólo párrafos, sino capítulos enteros), los setenta lo desterraron al país de lo caduco con la tranquilidad y la certeza de aquel que relega y olvida a quien parece servir y responder a un mundo felizmente superado (cuando no definitivamente periclitado). Para mí, encontrarme con un texto como Novela de ajedrez fue una sorpresa sensacional y agradabilísima: las peripecias de Mirko Czentovic, su protagonista, se me aparecían no solamente llenas de significado, sino, sorprendentemente, cargadas de aquel fondo de actualidad y verdad auténtica que siempre acompañan a toda buena literatura. Recuerdo a la perfección cómo mi entusiasmo fue puesto a prueba por el espeso escepticismo (cuando no el desprecio del incauto) que encontré a mi alrededor. Sea como fuere, la lectura dilatada de ésta y las restantes obras de Stefan Zweig no solamente aumentaba en mí de manera significativa aquel entusiasmo inicial, sino que afianzaba una certeza cada vez más sólida de que se trataba de una de las voces más significativas de la literatura europea del siglo XX. A lo sumo y con la excepción de la de Fouché, estremecedora, solamente veía "envejecidas" sus biografías de personajes célebres, que tanto nombre le dieron en su día. Pero sus ensayos (el maravilloso sobre Hölderlin incluido en La lucha contra el demonio, el demoledor ataque a la intolerancia que encierra Castellio contra Calvino o las fascinantes miniaturas históricas de los Momentos estelares de la humanidad), sus novelas o sus diarios o memorias lo hacían un autor no ya sorprendentemente atractivo, sino además extraordinariamente actual por el acercamiento a unos problemas que tendían a parecerse sospechosamente a los nuestros más candentes. El éxito que acompañó la publicación de su libro de memorias, El mundo de ayer, en nueva traducción completa, no hizo más que probar lo que ya se mostraba indudable. Si algo sorprendía en el autor no era ya su sorprendente ligereza estilística, su capacidad para atrapar con garra firme el interés del lector, sino, como apuntaba más arriba, su inesperada y mágica actualidad.

Los ensayos y las memorias son, sin duda, más atemporales que las novelas. A éstas parece que el paso del tiempo y el cambio de gustos pueda arrugarlas hasta el punto de poder reconocer en ellas el bellísimo ser que fue, pero a quien el tiempo no ha perdonado. Y, curiosamente, tampoco éste era el caso. Ya he recordado la Novela de ajedrez, con su actualísima metáfora sobre el papel destructivo de los totalitarismos, pero Zweig fue también, y en medida no menor, un delicado observador psicológico. En sus novelas de tema sentimental, en especial Veinticuatro horas de la vida de una mujer y esta Carta de una desconocida, profundiza con especial agudeza y penetración en la trama de los afectos. En su día gozaron de una extraordinaria popularidad (hasta el punto de que fueron llevadas al cine: la Carta de una desconocida, por un pletórico Max Ophuls), quizás por el hecho de tratar con especial falta de convencionalismo y un sano alejamiento de la estrecha moral burguesa situaciones límite en las que la entrega y la complicidad de la mujer arañan las fronteras, traspasándolas, de lo que, para abreviar, llamaremos "las buenas costumbres". En las Veinticuatro horas, por el abandono por parte de una mujer a su familia, principalmente a un marido zafio, por la atracción irresistible que ejerce sobre ella el auténtico amor. Y en esta Carta, en la que el poder despreocupado e irresponsable sobre una mujer enamorada de un personaje público con éxito (en la película convertido curiosamente en pianista) solamente puede terminar en una extraordinaria tragedia: la muerte del hijo de ambos por la epidemia de gripe de 1918 y, como coronación, la de la mujer que escribe la carta. Una mujer en la que el lector descubrirá una extraordinaria capacidad de entrega ante la insensibilidad y la superficialidad de trato recibido de su amante, el cual será capaz de reencontrarla en diversas ocasiones y "seducirla" de nuevo sin reconocer en ella a la chiquilla enamorada que vivía en su edificio y que bebía por él los vientos, y madre de un hijo de quien desconoce la existencia. Pero es que el uso irracional y narcisista del poder, sin mayor compromiso humano, conduce irremediablemente a este tipo de catástrofes. Zweig nos muestra, desde la plataforma de una novela en la que la entrega y el amor contrastan con el abandono y el desafecto del triunfador ciego, un texto que, por sus tintes melodramáticos, hubiera podido quedarse en una superficie lacrimógena fútil, pero que en manos de Zweig muestra con crudeza los terribles efectos del poder inmoral.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 11 de octubre de 2003