Había una vez un monstruo llamado terrorismo, que tenía atemorizada a la ciudadanía. El emperador ordenó un ataque al lugar donde creía localizada su guarida. Envió sus ejércitos y centenares de bombas fueron arrojadas. Pero se equivocó de lugar y de arma. El monstruo habitaba en miles de corazones humanos, alimentándose de miseria, injusticia, intolerancia, fanatismo y odio. La guerra constituyó una inestimable fuente de alimento para él. Así pues el ataque solo consiguió fortalecerlo. No sabemos si el emperador comprendió su error, pero ya era demasiado tarde para echarse atrás. La ciudadanía, más temerosa aún, observaba incrédula cómo la ceguera de su emperador le llevaba por el erróneo camino de combatir las consecuencias, ignorando las causas. Pronto el monstruo, con más energía que antes, estuvo en condiciones de contraatacar. Riad, Casablanca, Jerusalén, Bagdad...-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 14 de octubre de 2003