Encontrar vinos dentro del amplísimo panorama francés (más de 450 denominaciones de origen) que resuelvan el maridaje con el queso resulta sencillo.
Si nos queremos quedar en la gama de blancos, el recorrido es muy interesante. La variedad autóctona del Valle de Loira, la chenin blanc, ofrece vinos secos, ligeros y afrutados, producto de una vendimia con sobremaduración. Su dulzor y cremosidad y el añadido de una buena acidez lo convierten en pura delicia para acompañar a este queso cremoso.
Sin dejar los blancos, pero cambiando de zona, en Alsacia el mapa se amplía a más variedades: riesling, silvaner, gewurztraminer y la pinot blanc y gris, que producen blancos más longevos, con carácter floral y de fondo mineral. Su degustación con los años se convierte en una experiencia única. Ello sin olvidar las vendimias tardías de la casta gewurztraminer, donde el aroma de rosas y el paladar de naranjas amargas seguro que dejará un recuerdo imborrable.
En blancos nadie discute la supremacía de la chardonnay. Su hábitat natural, la Borgoña, da los mejores blancos del mundo. La madera que tanto interviene en su elaboración le añade, si cabe, más complejidad al mosto. Su degustación merece por sí sola un capítulo aparte.
Quien tenga el día generoso no debe dudar en invertir en un blanco dulce, como el Sauternes, donde la sauvignon blanc y la semillon recolectada con la podredumbre noble, siempre ofrecerán ese placer de beber mostos dulces, muy cremosos, con una alta acidez para no fatigar el paladar.
En el apartado de tintos, merecen la atención ya que está próxima su presentación en el mercado -en concreto, el tercer jueves de noviembre- los nuevos Beaujolais, ese tinto joven de maceración donde la casta gamay ofrece un rosario de gominolas en forma de vino.
Y para los innovadores y los nostálgicos, siempre quedará el champagne.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 18 de octubre de 2003