En contra de lo que propone José Luis Rodríguez Zapatero, no creo que deba ser obligatorio para nadie someterse a un debate en TVE, ni siquiera para los valientes ciudadanos que aspiren a presidir el Gobierno. Sería cruel que los requisitos para concurrir a las elecciones incluyeran el deber de sufrir un debate televisivo: la primera decisión política del candidato puede ser perfectamente la de no ponerse en manos de TVE, o la de no hablar en campaña con su principal adversario, o, como ha dicho Teófila Martínez, la de no hacer campaña electoral ninguna. Negarse a hablar es un modo de dirigirse a los ciudadanos, sobre todo si se explican los motivos por los que uno cierra firmemente la boca.
Una de las maneras de medir al adversario o al vecino es retirarle la palabra, pero hay individuos que nos honran rechazándonos, y el ciudadano apreciará estos matices cuando medien asuntos electorales, enfrentamientos entre candidatos. Y me figuro que el ciudadano televidente valorará el último episodio fantástico de TVE, cuando Alfredo Urdaci, jefe de los espacios informativos, se sometió el jueves a la obligación que le imponía una sentencia de la Audiencia Nacional: los jueces habían estimado que TVE vulneró derechos fundamentales el día de la última huelga general, 20 de junio de 2002, y así debía hacerlo público en sus telediarios.
Despedidos ya los presentadores de las noticias, Urdaci apareció sobre fondo negro y leyó una nota pactada con CC OO. A pesar de eso, irritó profundamente a CC OO, pues, utilizando como herramienta las palabras que el propio sindicato había ayudadado a redactar, el jefe Urdaci demostró en un magnífico ejercicio práctico hasta qué punto cualquier información puede ser deformada o (es lo mismo) falseada, aunque sea verdad. Para deformar basta con descolocar la información, jugar con la velocidad de lectura o pronunciar de modo caricaturesco el nombre de aquellos a quienes se quiere maldecir. Urdaci manejó todas estas posibilidades y, además, exactamente como el 20 de junio de 2002, le quitó a la huelga el carácter de general: la dejó en huelga, quizá en un lapsus motivado por su celeridad para salir del trance.
Probablemente los electores apreciarían el buen juicio de un candidato que renunciara a un debate en televisiones con tradición de falseadoras y deformadoras. Estas cosas son muy subjetivas, incluso en casos tan flagrantes como el del descarado Urdaci, y recuerdo que, en junio de 1999, el PP se sentía muy dolido porque Canal Sur dejaba un sillón vacío en aquellos debates a los que los candidatos populares no habían querido acudir: ¡Esto es fascismo!, decían los populares. Si los aspirantes al Gobierno dejaran solo en su televisión egocéntrica al partido que la conquistó en las urnas (así es la legalidad vigente: una televisión para el ganador), quizá consiguieran algunos votos. Las televisiones públicas son políticamente egocéntricas. Todos, cuando hablamos, nos hacemos propaganda y maniobramos para ganarnos al auditorio: la información siempre tendrá algo de propaganda y manipulación. Pero en una televisión plural correría menos peligro de ser entendida como mentira necesaria para defender lo que uno cree la verdad.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 19 de octubre de 2003