Selecciona Edición
Selecciona Edición
Tamaño letra
Reportaje:

El último vestigio

Un estudio sociológico de Xavier Costa sobre las Fallas considera la fiesta una pervivencia de la cultura grupal del XIX

Un nueva aproximación al mundo de las Fallas se hace hueco entre los análisis más o menos atrevidos o más o menos fundamentados de la fiesta. Esta vez lleva la firma del sociólogo Xavier Costa y el título de Sociabilidad y esfera pública en la fiesta de las Fallas de Valencia. De su repaso por la historia y la adaptación de las Fallas para no sólo sobrevivir sino llegar a formar parte de la modernidad se desprenden dos consideraciones novedosas: que las Fallas son el único exponente vivo de un asociacionismo propio de finales del XIX y principios del siglo XX que en otros países se manifestaba en forma de clubes o casinos y que ahora no existe, y que la definición de "comunidad festiva" para la falla le quita y le pone los elementos que hacen que pervivan comportamientos casi ancestrales y que al tiempo haya sido capaz de reinventarse.

Tal vez el único fenómeno similar es el carnaval de Río de Janeiro, en Brasil

Costa sitúa el origen de la fiesta en el siglo XVIII y le adjudica un componente gremial, una identificación colectiva muy popular y una fórmula cultural que fue pasando de generación en generación con la capacidad de mantener reunido, con intereses comunes pero no siempre desde las mismas posiciones, a un grupo. Este último aspecto es el que relaciona con la época más viva de las sociedades urbanas en países como Francia y Alemania, en las que los casinos y clubes con cientos de afiliaciones eran espacios comunes capaces de articular actividades en el barrio en que estaban enclavados, con menos componente festivo y más ejercicio intelectual pero igualmente dinamizadores de la sociedad civil. Ahora, esos espacios forman parte de la historia de los dos últimos siglos. Hace décadas que pasaron a mejor vida. Sin embargo, las Fallas, después de vivir épocas oscuras, han logrado no sólo sobrevivir sino situarse en otra expansión en la historia. Costa apunta que tal vez el único fenómeno similar, por potencia de convocatoria y estética formal -las carrozas, el fuego, la música- es el carnaval de Río de Janeiro, en Brasil.

El sociólogo de la Universidad de Valencia baraja un conjunto de elementos que permanecen en la falla desde el principio: el grupo, la fiesta, el humor, la música, la estética, la familia, la tradición oral. Y explica cómo desde ahí la celebración ha sido capaz de adaptarse a otras realidad: el muñeco (originalmente parotet) ha pasado de ser la víctima a ser la estrella; el componente religioso se ha ido colando (algunas manifestaciones rituales de forma reciente) sin chocar con el espíritu jocoso de la fiesta; durante algunas décadas ha constituido un refugio del valenciano sin generar un espíritu nacionalista; tiene un comportamiento clasista hacia dentro y hacia afuera (las fallas burguesas son bien distintas a las de núcleos de clases medias-bajas; entre los propios falleros la consideración no es la misma entre quien colabora y quien no lo hace; las más antiguas conviven con las experimentales; la mujer sigue teniendo un papel prácticamente decorativo, excepto en las más revolucionarias). Según Costa, el poder del grupo es más fuerte que las diferencias y es eso, en buena parte, lo que facilita la reinvención.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 19 de octubre de 2003