Se quiera o no, el sudor cotiza en la bolsa del fútbol. El Albacete sabe que cuanto más manche la camiseta, sus posibilidades crecerán geométricamente. La extenuación es su argumento, añadido a la autoestima de algunos de sus futbolistas. Uno acreditado, el francés Delporte, llamado a mayores fiestas; otro, el joven David Sánchez, un albaceteño que rompió a la Real con toques de calidad. El sudor de todos y la colonia futbolística de algunos (Delporte, Parri, David Sánchez), mareó a la Real. Porque el equipo donostiarra es otra cosa, maneja sus fondos basados en muchos tipos de interés, pero no siempre los equilibra, no siempre van juntos y parece como si cada cual fuera a buscar la ganancia por su cuenta. Así se configuran los partidos jugados a impulsos, a empellones, poco doctos pero entretenidos, aunque sólo sea por la incertidumbre de lo que va a ocurrir, por el viejo suspense del resultado. Hasta que alguien desvela el guión y los subalternos deciden hacerse con la película ante el desatino de los protagonistas.
ALBACETE 3 - REAL SOCIEDAD 1
Albacete: Roa; Óscar Montiel, Pablo, Unai, Paco Peña; Lawal, Viaud, Parri, Delporte; Pacheco y Amato.
Real Sociedad: Westerveld; López Rekarte, Kvarme, Schürrer, Aranzabal; Karpin, Xabi Alonso, Aranburu, De Pedro; Nihat y Kovacevic.
Goles: 1.0. M. 71 Nihat empalma de volea rorpendiendo a Roa. 2-1. M. 75. David Sánchez supera a Westerveld con una vaselina desde fuera del área. 3-1. M. 78. Aranda eleva el balón ante la salida de Westerveld.
Árbitro: Rodríguez Santiago. Amonestó a Viaud.
Unos 12.000 espectadores en el estadio Carlos Belmonte.
El suspense tenía cartas marcadas. Por ejemplo que Nihat, el jugador desequilibrante de la Real, andaba un poco tosco en la definición y Kovacevic, el futbolista rompiente, estaba bien marcado por Unai (hasta que se lesionó) y rigurosamente ninguneado por sus compañeros. El Albacete se desnudó cuando el uruguayo Pacheco, su último recurso ofensivo, malgastó un magnífico pase del francés Delporte (el mejor jugador del Albacete) por ineficiencia, por falta de pericia.
Presuntamente el partido era de la Real Sociedad. Por organización, es decir Xabi Alonso, por velocidad, o sea Nihat, por contundencia defensiva, o lo que es lo mismo Schürrer, por habilidad, léase Karpin, la Real invadió el Carlos Belmonte tras un agobio de cinco minutos propio de los equipos locales. Tras romper a sudar, la Real demostró que sus fundamentos eran más sólidos, que su discurso resultaba más razonable que la visceralidad con la que se empleaba el Albacete (ahora me escondo, ahora toco a rebato). Pero la superioridad no se manifiesta como algo real hasta que se atisba en el marcador. Y la Real perdonó por el desangelamiento de Kovacevic o los atracones de balón de Nihat. Ambos frustraron las buenas intenciones de Karpin.
Claro que para atracones de balón los del nigeriano Lawal. El balón no era del club, era suyo. Cogerlo y llevárselo a cualquier parte, pero mucho rato, era todo uno. Así morían las buenas ideas y la energía de Parri o el fútbol inteligente de Delporte, un futbolista por encima del nivel de su equipo y que le amargó la vida al portero Westerveld, incapaz de medir la graduación de los centros del extremo francés. Se diría que Delporte hacía de De Pedro, muy apagado desde que Denoueix le devolvió la confianza perdida. Era Delporte, algo así como un extraterrestre en un partido de futbolistas rutinarios. Jugaba con talento y supo desesperar a López Rekarte, que quiso pararlo con artimañas de veterano, pero se encontró a los pocos minutos de un trafulca con un gol de francés de cabeza. Ahí murió la Real y nació el Albacete.
La Real se aplicó para ganar en la primera parte, cuando hubo rachas en las que el Albacete no salió de su campo. Pero hizo novillos tras el descanso. El gol del Albacete fue circunstancial, a balón parado, premiando méritos colectivos en la persona de Delporte. Y se abrió el telón. Nihat empató de voleón, David Sánchez desequilibró con magia el segundo y Aranda, de sombrero, el tercero. El partido se rompió y ganó el más sudoroso, el más animoso. Y ganó con tacto. Con tres goles espléndidos y con la Real preguntándose qué hizo bien y qué hizo mal. Y no sabe qué. Quizás que sólo estuvo un rato en el campo y lo malgastó. El Albacete tuvo, al menos, tenacidad y ganó con la entrada de David Sánchez, que junto a Parri consiguió dominar el centro del campo. Ahí empezó todo, es decir la sensación de que podían ganar a una Real timorata y rota que jamás rompió a sudar del todo. Amagó y no dio y recibió tres goles por pura desaplicación defensiva de todo el equipo y por la frialdad de los goleadores que los consiguieron. Sudor y colonia no es mala receta para ganar.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 19 de octubre de 2003