Charlie Gillett (Morecambe, 1942) pasa por ser el primero que programó por la radio a Elvis Costello y a Graham Parker, pero también por ser uno de los pioneros en investigar la historia y la cultura del rock and roll. Su Historia del rock, El sonido de la ciudad (Ma Non Troppo), cuya segunda parte abarca desde The Beatles hasta los años setenta, se edita ahora en España, en una edición revisada y corregida que incluye un apéndice sobre las últimas tendencias, un listado de las mejores recopilaciones en CD y una guía de audición con los discos capitales de esta música popular. Gillett, uno de los periodistas musicales más reputados, fue presentador del famoso programa de radio Honky Tonk de la BBC, pero el rock dejó de interesarle cuando descubrió que iba camino de convertirse en un producto que perdía su individualidad a medida que "las discográficas descubrían que podían vender millones de álbumes". Su desencanto duró poco, justo lo que tardó en descubrir a un músico africano que cambió su vida: Youssou N'Dour. "El origen de la música popular vuelve a África", aseguró el periodista, para el que claramente el presente de la música está en ese continente. Gillett pasó esta semana por Madrid camino de Sevilla, donde pensaba asistir a la Word Music Expo (Womex), el gran mercado de las músicas del mundo para promotores y discográficas que, hasta mañana, se celebra en esa ciudad.
"El rock se hacía en Memphis, pero ahora pertenece a Barcelona, Marsella y Nápoles"
En el epílogo para la edición española de Los sonidos de la ciudad, el periodista inglés, que ha cumplido 30 años como programador de radio, cuenta cómo a medida que avanzaban sus investigaciones, al relacionar los intérpretes con los sellos discográficos, notó una relación inversa entre el tamaño de una compañía y la calidad de la música producida. En muchos casos, concluye, cuanto más pequeña era la discográfica, mejor era su música. "En las pequeñas unidades es más fácil para el creador completar sus ideas. Es fácil incluso que el cabeza de la empresa esté presente en el estudio durante la grabación, pero en las grandes compañías lo habitual es que el responsable de marketing mire por la ventana y vea cómo se mueven miles de personas en la calle mientras se pregunta qué les gustará. Y una buena obra no se hace intentando saber lo que le gusta a la gente", añade Gillett. En los años setenta, después de la aparición de El sonido de la ciudad en Inglaterra, Francia, Estados Unidos y Japón, descubrió que los músicos de rock habían dejado de escuchar la música negra y se limitaban a copiar a los artistas de la generación previa. "Los Sex Pistols sonaban como Black Sabbath, que habían sonado como los Who, y Nirvana como todos ellos juntos", dice. En aquellos momentos pensó que si el rock se había convertido en eso, lo mejor sería que muriera, pero no sólo no desapareció, sino que creció en diferentes lugares y con sonidos muy diferentes: "En el periodo que cubre Los sonidos de la ciudad, la música popular se hacía en Memphis, Chicago y Nueva Orleans, pero ahora el rock pertenece a Barcelona, Marsella y Nápoles, donde los músicos han introducido violines y clarinetes en la formación convencional de este estilo de guitarras y baterías", puntualiza. El que dio la pauta, según Gillett, fue Manu Chao y su álbum Clandestino (1998), uno de los grandes discos de la pasada década, "con la energía de los mejores temas de Woody Guthrie y de Bob Marley. Su estilo ha inspirado una nueva clase de música". Como ejemplo, cita a Dusminguet en la Ciudad Condal - "usa el acordeón pero la música es rock"- o al napolitano Eugenio Banatto, que con un laúd consigue sonidos nuevos y modernos.
La única música realmente nueva que ha surgido en Occidente es el hip-hop, asegura el conductor de Radio Ping Pong, en la BBC de Londres. "Y así fue hasta que el hip-hop se convirtió en un medio para la promoción personal de los grupos a base de decir muchas cosas desagradables sobre las mujeres. Ahora, el mejor rap se hace en Senegal, Kenia o Francia, donde los cantantes no cantan sobre su promoción personal".
En 1983, cuando Gillett escuchó por primera vez Immigrés, la canción de Youssou N'Dour, no la entendió. Sonaba demasiado larga y complicada, pero parecía interesante; por eso acudió a verle actuar en directo en una sala londinense. "El concierto estaba lleno de senegaleses que bailaban muy bien y el grupo sonaba como si fuera reggae, jazz y música árabe. Entre la confusión, tuve claro que aquel músico estaba tratando de hacer un puente entre Dakar, la capital de su país, Senegal, y el resto del mundo. Ahora, su disco está entre los 10 mejores de mi particular top". Fue entonces cuando Gillett volvió a ser pionero, pero esta vez en la programación de los denominados sonidos del mundo, "la música que suena como si procediera de un lugar especial".
Sobre el poder de influencia de programas de radio como el suyo para descubrir nuevos valores, el periodista cree que no es suficiente sólo con poner un disco. "Nosotros podemos plantar una semilla pero tienen que seguir poniéndole agua". Por experiencia personal, el cronista vaticina que cuando algo es bueno siempre acaba saliendo adelante.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 25 de octubre de 2003