Ahora andará entre los ángeles, o bajo la suave caricia y el ronroneo de algún gato doméstico, como él quería. En el limbo del siempre será el fantasma sabio y amable, exigente y cordial de la literatura catalana moderna. Joan Perucho desaparece apagándose poco a poco, como él ha querido; nos deja silencioso, con la mano acariciando el lomo de un libro y la memoria extraviada en anécdotas, textos, encuentros, y la mirada siempre llena de una simpatía educada, entrañable. No hace mucho decidió dejar de escribir, de colaborar, y telefoneó para anunciarlo; le cansaba escribir, le cansaba leer; pero esperábamos que fuese una postración suave, más de coquetería que de dolor. Había aceptado con aparente estoicismo el fallecimiento de su hija. Se había dejado crecer una barba ascética, de monje o de erudito oriental.
Hace casi veinte años le pedí que firmara un ejemplar de los poemas Aurora per vosaltres (1951), un libro que lleva una introducción de Carles Riba e ilustraciones de Ràfols Casamada y de Maria Girona, y que sería un verdadero emblema de la carrera literaria de Perucho: de su poesía, de las espléndidas prosas de Diana i la mar morta (1953), de las novelas fantásticas de Llibre de cavalleries (1957) y Les històries naturals (1960), de sus volúmenes sobre botánica fantástica, sobre monstruos imaginarios, sobre pintores modernos, sobre diseño pop, sobre gastronomía, sobre sus recuerdos inagotables. Inventó mundos, pero no fue una invención Gandesa, o sus viajes con Cunqueiro, o esas primeras ediciones de Garcilaso o del Pickwick, o los fantasmas de Albinyana. Estuvo en los nidos antiaéreos del Carmel en Barcelona y en los cañones de Menorca que sirvieron para filmar los de Navarone. Y estuvo siempre anclado también al recuerdo fiel y humilde de la primera escuela de monjas y del barrido de la acera delante de la tienda paterna. Memoria e ilustración, fantasía y conocimientos, y una gracia infinita de conversador de café.
Para sus amigos, ese hombre exuberante, delicado, orgulloso, elegante, cordialísimo, que ha sido Joan Perucho ha de continuar mucho tiempo en las zonas neblinosas de la admiración y el afecto, zonas por las que él quiso también que sus lectores transitáramos leyéndole en abundancia. De Les aventures del cavaller Kosmas (1981) o La guerra de la Cotxinxina (1986) a tantos relatos que llenan sus volúmenes de obra completa -tengo ocho ahora mismo en la mesa-, se encuentra toda la gama de la lengua literaria del catalán moderno. Su curiosidad ha sido insaciable; su contacto con las generaciones jóvenes, extraordinariamente fructífero; su independencia intelectual, ejemplar. Quizá su mejor cualidad haya sido la de no crear escuela.
F. Parcerisas es director de la Institució de les Lletres Catalanes.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 30 de octubre de 2003