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Crítica:CLÁSICA | 'Viena, punto de encuentro IV'

Una 'trucha' asalmonada

Cena de ministros, se decía en una época de las truchas en ciertos sectores. Bocado de cardenal, se subrayaba si además eran asalmonadas. El Quinteto para piano y cuerdas en la mayor op. 114, apodado La trucha, es uno de esos platos musicales que siempre espera el aficionado. Anteayer tuvo a su disposición unos intérpretes colosales que sacaron a la luz los mil y un matices que contiene la partitura con una facilidad asombrosa, casi irritante de pura delicia. Los tres miembros del cuarteto Alban Berg (Pichler, Kakuska, Erben) pusieron la base de una ejecución que en todo momento se movió en el umbral de la perfección, el contrabajista titular de la Filarmónica de Viena, Alois Posch, contribuyó con un swing chispeante a la fiesta, y la pianista Elisabeth Leonsjaka puso la gracia, la inspiración, el detalle imprevisto. Memorable: una versión, permítaseme la denominación, asalmonada. Escuchar así música de cámara es un privilegio impagable.

XII Liceo de Cámara

Obras de Mozart, Mahler, Schnittke y Schubert. Con Günter Pichler, Thomas Kakuska, Valentin Erben (Cuarteto Alban Berg), Alois Posch y Elisabeth Leonskaja. Fundación Caja Madrid. Auditorio Nacional. Sala de Cámara, 28 de octubre.

La primera parte del concierto se había desarrollado a ritmo de cuarteto con piano, es decir, sin Posch. Un aperitivo, pero, caramba, de qué calidad. De entrada, un Mozart intachable, el del primer cuarteto con piano, que ya dio pistas de que la tarde venía fina. Fue un Mozart equilibrado, homogéneo, refinado y musicalmente contundente. La pianista estaba con ganas, y los del Alban Berg, con su estratosférico nivel habitual.

Después ese movimiento que Mahler compuso y estrenó cuando tenía 16 años (en Viena, claro, para felicidad de Arnoldo Liberman, cuyo último, y muy vienés, libro acaba de salir al mercado). La tercera pieza -el cuarteto para piano y cuerda de Alfred Schnittke, estrenado en el festival de Kuhmo, Finlandia, en 1988- está relacionada con la anterior, pues utiliza como pretexto los 17 compases conocidos del scherzo que continuaban el cuarteto mahleriano, en un intento de homenaje que, como señala Luis Suñén en el texto del programa de mano haciéndose eco de las intenciones del compositor, tenía la atractiva intención de "recordar algo que no ha existido". Pues eso.

Lo cierto es que sonó bien, con solidez y un puntito de atmósfera inquietante. Las novedades, si se puede llamar así a las obras de Mahler y Schnittke, estaban deliberadamente colocadas entre las obras de repertorio como buscando un intermedio reflexivo entre dos oleadas de frenético gozo. La complementariedad de los dos registros enriqueció el concierto y Viena volvió a imponerse como imprescindible punto de encuentro.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 30 de octubre de 2003