Despuntan en el flamenco escénico oleadas generacionales (tal como también ocurre históricamente en el ballet); a veces le toca a los hombres, otras veces a las mujeres. En lo masculino vivimos desde los noventa una época de oro con Joaquín Cortés, Joaquín Grilo, Antonio Márquez y Antonio Canales. Sin embargo, en el terreno de las bailaoras-bailarinas parece que seguimos casi viviendo de secano. Se pueden citar algunas individualidades que han destacado simultáneamente como Sara Baras y Eva la Yerbabuena, entre otras. A este momento cronológico también corresponde el despunte individual de Belén Maya, que procede de una familia (sus padres son Carmen Mora y Mario Maya) donde el baile y el ballet flamencos de tradición son concebidos de manera casi religiosa. Ella, además, se ha curtido en los tablaos de prestigio de Madrid y Barcelona, y de ahí ha sacado ese fuelle resistente que le permite hora y media de bailes continuados sin perder ni compostura ni fuerza.
Flamenco de cámara
Compañía Mayte Martín y Belén Maya. Coreografía y baile: Belén Maya; dirección musical y cante: Mayte Martín; vestuario: Pili Cordero; luces: Gloria Montesinos. Festival de Otoño. Teatro del Instituto Francés, Madrid. 29 de octubre.
Flamenco de cámara es un espectáculo hecho en gran mayoría por mujeres (los únicos hombres son los dos guitarristas), y lo que se ve reivindica con bastante franqueza a la mujer por sí misma, para ella y por ella. Digamos que la palabra más exacta es amor, y de eso se trata, de un diálogo amante entre la voz y la bata de cola, entre los ritmos y la bailarina: un dúo de amor expresado con gallardía y sin tapujos, con la belleza del flamenco como soporte ideal y donde Belén Maya se permite un uso de esa bata sin reverencia a la vestimenta, con arrojo y desenfado, con dominio.
Al principio Mayte Martín aparece vestida de negro, con una austera chaqueta de esmoquin y un pantalón. Por el lado contrario de la escena entra Belén con una larga bata blanca que enroca en los tobillos de la cantaora. A partir de ahí, todo resulta un ejercicio de seducción mutua. La textura vocal de Mayte Martín ha ganado peso y mantiene esa cierta transparencia que se traduce en una ternura especial que no rechaza lo melódico, la media voz y el quiebro, despertando en el espectador una sensación de plástica fragilidad; ella nunca descuida el estilo, y así su guajira o su garrotín rezuman buen gusto y musicalidad.
Belén Maya posee un baile personal y fuerte no demasiado expansivo, pero sí envuelto en un gusto por las poses añejas, lo que mejor se dibuja con sus brazos, donde a pesar de ciertos juegos geométricos más atrevidos, nunca sale de los límites escolásticos del género. Es decir: nada de fusión, nada de percusiones tropicales ni armonías foráneas (solamente hay como material ajeno la inclusión del violín en los números finales), y es que el flamenco quizás no siempre necesita de las contaminaciones que hoy día lo están globalizando (es una manera de decir que se está despersonalizando). Ese diálogo festivo e íntimo entre voz y bailarina es el eje de esta buena y sentida velada de baile flamenco que recuerda lo que se cuenta de las de antaño, donde hay entrega y mucha energía y un deseo de ir, en cierto sentido, a contracorriente de los tiempos, y para ello se necesita la decisión de estas artistas. El público que llenaba el teatro terminó en pie, aplaudiendo entre bravos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 30 de octubre de 2003