Ronald de Leeuw, director del Rijksmuseum, comienza la entrevista publicada en EL PAÍS (17-10) con una afirmación reveladora: reivindica la privatización de las pinacotecas "que puedan ser rentables". Es ésta una postura cada vez más frecuente entre los llamados "gestores culturales" y cada vez más entusiastamente jaleada por numerosos responsables políticos, que supone la supeditación de ciertos servicios públicos esenciales a las pautas de mercado más radicales.
Privatizar la gestión implica, de hecho, reconocer el mal funcionamiento de otra gestión, la pública, que precisamente tienen en sus manos quienes a menudo anuncian su ineficacia. De hecho cabría preguntase, al igual que respecto a otros de estos servicios ganados para la ciudadanía y ahora en trance de "venderse" al mejor postor: ¿y los museos no rentables (en términos pecuniarios, claro)? ¿Debe el ciudadano asumir con sus impuestos sólo aquello que provoca déficit y pagar aparte el resto? ¿No será el paso siguiente, en lógica aplicación de estos parámetros, liquidar las "empresas" que no se justifiquen con beneficios netos y contables? ¿Debemos renunciar a toda aquella cultura (o salud pública, educación, vivienda...) que no dé dinero a los empresarios del sector? Menos mal que De Leeuw afirma también que "si uno es listo, siempre puede acceder a descuentos".
Todo ello me trae a la memoria la genial paráfrasis de Sánchez-Ferlosio: "Cuando oigo habar de cultura, echo mano a la chequera".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 30 de octubre de 2003