Cuando Rosalind Krauss, en un célebre y sobrevalorado ensayo sobre la escultura, hablaba de la "lógica del monumento" como aquello con lo que nada podía seguir haciendo la escultura contemporánea, lo que le obligaba a buscarse su futuro en el "campo expandido" abierto por el posminimalismo, es seguro que no estaba pensando en los bronces de Matisse, que el propio artista había entendido, sin duda, en un sentido totalmente diferente, cuando no opuesto. De hecho, la trayectoria de Matisse como escultor constituye uno de los episodios más curiosos del arte del siglo XX. En una inolvidable exposición en el Pompidou parisiense -Qu'est-ce que la sculpture moderne? (1986)-, Matisse aparecía como "el pintor-escultor por excelencia". Él mismo sostenía que su ocupación con la escultura se debía a la necesidad de organizarse el cerebro cuando la pintura no le bastaba para ello. Sus primeras esculturas las hizo ya durante los últimos años del siglo XIX, y en ello siguió trabajando parece ser que bajo el influjo de las imágenes de Gauguin tanto como de Rodin, del arte negro tanto como de la tradición clásica occidental.
HENRI MATISSE
Instituto Valenciano de Arte Moderno.
Guillem de Castro, 118. Valencia
Hasta el 11 de enero de 2004
Las esculturas de Matisse, y a pesar de sus Desnudos de espalda (los cuatro relieves realizados entre 1909 y 1930), no sólo no pretenden tener nada de monumental, sino que, por su escala reducida, su forma y su temática, se presentan más bien como rigurosos productos de estudio, como investigaciones íntimamente ligadas a los problemas formales que le planteaba su trabajo como artista.
La escultura de Matisse fue considerada como una obra menor en comparación con su pintura. Y así debe ser, probablemente. Puesto que todos esos ensayos escultóricos (68 obras en bronce, de las que en Valencia se exponen 58) fueron más o menos productivos para él, para su trayectoria como artista, pero tal vez no tanto para la escultura contemporánea, cuyo curso iba claramente por otro lado, y por el que Matisse no dio muestras de interesarse en absoluto. En cualquier caso, esta exposición del IVAM (patrocinada por el BBVA; tal vez un tanto confusa en su montaje y también algo sobrecargada) resulta en general bastante interesante. Hay piezas ciertamente notables. En muchas de ellas (como en La danse, por ejemplo) se reconocen los vínculos entre su escultura y su pintura. En otras se ve la influencia del arte africano ("ya sólo me ocupan los negros", le dijo Matisse a George Duthuit hacia 1926), siempre tamizado por las técnicas tradicionales de la escultura occidental. Sus retratos (de Jeanette, de Henriette) demuestran que su problema no era el monumento, sino el examen del objeto en relación con una mirada y una técnica de expresión, mientras que sus desnudos nos hablan de sus vínculos con los géneros del arte europeo del pasado. El pie (1909), un pie solo, con los dedos apoyados sobre el suelo, como el pie forzado de un danzante, es claramente un fragmento (como lo son casi todas sus esculturas), pero Matisse lo presenta de tal manera, y a tal escala, que puede ser visto como "un paisaje" o -según él mismo decía- como un "puente". En efecto, la escultura puede ser realmente un "puente", aunque no sea posible saber desde dónde ni hasta dónde lleva. Matisse no nos lo indica. Seguramente, no tenía por qué hacerlo. Pero lo evidente -lo que ya se sabía- es que su mayor contribución a la historia del arte contemporáneo no la encontraremos en su escultura
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* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 1 de noviembre de 2003