Finalmente, las elecciones catalanas las decidirán las ganas de pecar que tengan los electores pujolistas. El nacionalismo tiene una gran capacidad para fidelizar el voto porque envuelve los intereses contantes y sonantes con sentimientos de pertenencia que son inefables. La infidelidad tiene, por tanto, algo de transgresión. Y el elector teme sentirse culpable. O por lo menos esto es lo que parecen indicar las encuestas. Los expertos expresan su sorpresa porque hay un paquete de ex votantes de Pujol que entran y salen de una semana a otra. Es la duda del que siempre ha pensado que votando a Pujol votaba a algo más que un partido. Las motivaciones irracionales o sentimentales siempre son difíciles de medir.
Las elecciones medirán las ganas de pecar que tengan los electores pujolistas cambiando de voto
En 1999, una parte de estos electores dio un primer paso: se fue a la abstención. ¿Cuántos de ellos darán ahora el segundo paso, votar a otro? La presencia en el cartel de una Esquerra que ha dejado de ser residual es un incentivo a la infidelidad porque puede entenderse que todo queda entre primos, es decir, en familia, pero sin caer en el incesto. Decían los curas de antes que el problema de la tentación es la primera vez, porque el que cae le encuentra gusto y repite seguro. El problema de CiU es que el diablo -tan astuto siempre- tiene muchas máscaras y las tentaciones llegan por todas partes.
Unos sienten la llamada de Esquerra, pero otros -los que son más conservadores que patriotas- reciben la visita de un PP que ha tomado la forma travestida de un tránsfuga del catalanismo: Josep Piqué. Y por supuesto, ahí está el Maragall olímpico, tratando de seducir al sector más cosmopolita de la familia nacionalista, que todavía recuerda aquellos días en que Barcelona se llenó de gente de todo el mundo que después ya no nos ha abandonado. Muchas tentaciones para un mismo cuerpo. ¿Tendrá que sacar Artur Mas el látigo para disuadir a los pecadores?
La potencial mayoría de izquierdas promete a los eventuales pecadores que Cataluña será un fiesta. Pero, en cambio, el PP sólo puede prometer sensaciones perversas. Se cuenta que el cardenal Segura empleaba siempre la fórmula: "Roguemos por el Papa felizmente reinante sin contar con mi voto". Ésta es la oportunidad que el PP ofrece a los electores de CiU, que Maragall gane sin votarles ni a él ni a sus aliados.
Cataluña quiere cambio, dicen las encuestas, y una mayoría prefiere la victoria de Maragall a la victoria de Mas. Y sin embargo, todavía son más los que piensan que al final ganará CiU. Es el poder de la inercia y el miedo a confesar el pecado de unos electores nacionalistas atribulados por las tentaciones.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 1 de noviembre de 2003