¿De qué color es el voto? He aquí las propuestas de los equipos que se disputan esta liga electoral, según transmiten carteles, vallas, banderolas y demás parafernalia para captar el voto. Ahora que Jordi Pujol es ya una película en blanco y negro, el color es el identificador básico de las distintas opciones: una bandera, un símbolo de futuro. El color es, en sí mismo, mensaje. Estamos en la cultura de la imagen y el color es más que puro gancho.
Artur Mas campea sobre unos tonos azul oscuro y naranja ideados en despachos de diseño, acaso como variante del blaugrana o, también, del blanco y negro pujoliano: en ocasiones un pequeño corazón amarillo con -qué extraño- cuatro barras rojas. Maragall va desnudo: todo es blanco, todo es luz, apenas un toque rojo en las siglas y un subrayado en los colores de la senyera, con lo cual él resplandece como si fuera nuestro particular George Clooney. Carod es atrevido y repite el amarillo y negro de los taxis de Barcelona, como diciendo: "Yo te llevo". Imposible no detectar al minuto su marchosa osadía. Piqué ha suavizado el azul pepero transformándolo en azul cielo, con lo que la gaviota casi desaparece por falta de contraste y, a veces, se le puede ver sobre fondo color desierto, un beis dorado, como si fuera de otro partido; resultado: un PP clandestino, sutil y celestial. Joan Saura aparece sobre el verde ecologista, que, como es lógico, es mucho más intenso que el verde natural; un toque de rojerío pone el cuadro y la memoria en su sitio.
Todo está en orden, pues. Los colores están vivos y los candidatos y sus programas se adaptan a ellos como a un guante porque saben que los colores hablan por sí mismos, por encima o debajo de sus discursos. El cambio que todos dicen defender es en tecnicolor, de eso no cabe duda.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 1 de noviembre de 2003