Si el derecho a la vida es el primero de los derechos humanos, el derecho a una muerte digna debería ser el segundo. No es de extrañar, pues, que quien hace excepciones con el primero, tampoco tenga en consideración el segundo. Hace unos días leíamos en estas paginas que el señor Jeb Bush ha ordenado mantener viva a una mujer en estado vegetativo, a quien los jueces habían ordenado retirar la alimentación. En esta ocasión no ha sido una condena a muerte lo que ha firmado, sino una condena a una vida carente de dignidad. Una medida sin duda inhumana, disfrazada de un falso e hipócrita respeto a la vida. El señor Jeb ya puede ir a dormir con la conciencia tranquila, después de hacer la buena obra del día y rezar sus oraciones.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 1 de noviembre de 2003