No entiendo por qué, en una ciudad tan ruidosa como Madrid, algunos encantadores dueños de perros dejan a sus no menos encantadores animales en el balcón de su casa, horas y horas, o atados en la calle para entrar en una cafetería o en una tienda; porque, mientras ellos disfrutan del café o de la copa o de las compras, los sufridos vecinos tenemos que soportar los molestos y persistentes ladridos de sus animalitos.
Por cierto, ¿para cuándo esa patrulla antirruido que prometió el señor alcalde?; ¿o es otra de esas promesas electorales que nunca se cumplen, como la de no tolerar la doble fila o la carga y descarga ilegal?
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 1 de noviembre de 2003