A pesar de las fuertes rachas de viento y de la lluvia fina como agujas, el folclorista Ángel Rufino de Haro, El Mariquelo, no se arredró y ascendió los casi 90 metros de altura hasta la veleta de la torre de la catedral nueva de Salamanca, como lo viene haciendo en los últimos 17 años. La subida trata de rememorar una tradición de acción de gracias porque el 31 de octubre de 1755, con motivo del terremoto de Lisboa, toda la estructura de la catedral vibró, pero se mantuvo en pie. En esta ocasión, el cabildo de la catedral había exigido a El Mariquelo una serie de medidas de seguridad, como el empleo de un arnés, pero mantuvo su sistema habitual de escalada sin utilizar protección y vestido con el ajustado traje charro, además de cargar con el tamboril; únicamente cambió sus botos charros rígidos y de piso deslizante por otras botas más flexibles y seguras, dado el estado de humedad de las escamas de piedra de la decoración gótica en el exterior de la torre. Además, tras tocar la base de la veleta sobre la bola metálica de la torre, el fuerte viento motivó que no se detuviera en esa posición alzada, por lo que tras dejar atrás el vástago gótico, descendió hasta el cupulín de la torre, desde donde tocó la clásica charrada en el tamboril que cargaba a la espalda y también pronunció su predicamento. Fue entonces cuando afirmó, en relación con la dificultad del viento, que "como hace el papa Juan Pablo II, hay que aguantar el final". Mientras El Mariquelo rogaba por la paz y soltaba una paloma blanca, más de un millar de personas situadas en la plaza de Anaya siguió las peripecias del ascenso con mayor inquietud que en años anteriores, porque el viento aumentaba notablemente el riesgo para quien ha convertido el ascenso en un espectáculo que maneja a su antojo a través del empleo del micrófono inalámbrico, que traslada sus jadeos y sus ocurrencias hasta alcanzar lo alto de la torre.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 3 de noviembre de 2003