Tanto concierto banal, tanta inutilidad sonora, tanto más de lo mismo hasta que llega la revelación, qué digo, el santo advenimiento. Uno de esos conciertos que quedarán en la memoria de los aficionados para siempre, que se transmitirán a hijos y a nietos y de generación en generación hasta el fin de los tiempos como querían los bíblicos patriarcas. ¿Por qué no tenemos aquí algo semejante?, decían algunos al ponderar los valores de la Orquesta Revolucionaria y Romántica. No somos nadie, decían otros. Qué tipazo, murmuraban las señoras ante el palmito de Gardiner, recto como un junco, elegante, entusiasmado él frente a sus propios músicos.
Todo contribuía ante la realidad de unas versiones prodigiosas. La orquesta, un primor, con un colorido capaz de representar cada célula sonora, la luminosidad de la Obertura El carnaval romano, la suavidad de Las noches de estío, la novela puesta en música que es la Sinfonía Fantástica, con el fabuloso corno inglés, el increíble oboe, los espectaculares oficleides y un sonido pleno, redondo, directo y sutil al mismo tiempo de ese Berlioz que todavía hoy sorprende y asombra.
Orquesta Revolucionaria y Romántica
Sir John Eliot Gardiner, director. Bernarda Fink, mezzosoprano. Obras de Hector Berlioz. Auditorio Nacional, Madrid, 3 de noviembre.
La mezzo argentina de origen esloveno Bernarda Fink dijo los textos de Gautier en Las noches de estío con la voz y el estilo que la han elevado a las cimas de su cuerda, con una naturalidad pasmosa, con una impecable dicción francesa que aquí es primordial, pues ella misma es ya pura música. El lamento y la ausencia, el dolor y la sorpresa estuvieron ahí como nunca. Toda la música: análisis y corazón, filología y emociones. Nunca una Fantástica lo fue tanto. Hoy ya es otro día y volveremos a la rutina doméstica y al bolo foráneo. Pero que nos quiten lo bailado.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 5 de noviembre de 2003