Es imposible parar, hoy en día, la carrera inmobiliaria que están viviendo los pueblos de alrededor de Madrid. Soy una vecina de Majadahonda que ya no puede luchar en contra de la desmesurada expansión que se ha llevado por delante un pinar, zonas verdes y, sobre todo, calidad de vida.
Nuestro antiguo alcalde, con una falta absoluta de sentido común, se encargó de ello. Pero mi pregunta es: ¿si se lleva a cabo un proyecto de tal envergadura, no es vital mejorar las infraestructuras, las vías de acceso y el transporte a nuestro municipio? Pues parece que no. Sin centrarme en los atascos o en la dificultad de encontrar aparcamiento, lo más preocupante es el transporte público.
Los autobuses nunca cumplen el horario, el estado de los mismos es precario, estropeándose, por norma, alguno cada día. Las colas del intercambiador son interminables por el escaso número de autobuses; lo que hace que cada uno de ellos se llene de forma descontrolada. Más de la mitad de la gente va de pie, por autopista y a una velocidad excesiva y sumamente peligrosa. Espero que no haga falta otro accidente para que la empresa Llorente pase por una inspección y un control riguroso para seguridad de su actividad y la de todos nosotros.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 6 de noviembre de 2003