Nos informa el señor ministro responsable de las cuentas del Estado que se ha producido un superávit. Es decir, que el Estado -por mandato del actual Gobierno, claro- no se ha gastado en la sociedad todo lo que ha recaudado de ella. Y lo ha dicho como dejándolo caer, sin darle importancia. Como para demostrarnos la excelente gestión de que es capaz este Gobierno, a poco que se lo proponga.
En otras circunstancias sociales, es decir, con el trabajo y la vivienda asegurados para el ciudadano común, con una sanidad y enseñanza públicas en perpetua mejora, en otro mundo, vaya, sería para aplaudir la faena. Pero mucho me temo que no es el caso, como es del dominio público. Así pues, ¿cuál es el mérito?
Ayer mismo, el economista Stiglitz apuntaba que "El déficit depende de cómo gastes. Si construyes escuelas e inviertes en tecnología, endeudarse tiene sentido; es una inversión real", para añadir: "Pero si te endeudas para irte de vacaciones, tendrás problemas en el futuro". Puro sentido común. Pero ya dijo alguien que el sentido común es el menos común de los sentidos. Vamos, que de eso no nos sobra. A algunos ministros ni siquiera les llega.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 6 de noviembre de 2003