Cuando les dio a muchos por alicatar las fachadas de las casas, en un claro remedo de cocina y cuarto de baño, se alzaron voces exigiendo a los ayuntamientos que impidiesen tamaños disparates estéticos. Hoy, es la misma Junta la que consiente y financia tamaño disparate y ha dado el visto bueno a que se coloque en un templo del siglo XVI, la Iglesia de San Román, un zócalo de marmolina de más de un metro de altura que parece subvencionado por Porcelanosa.
Pues bien, en un caserío degradado que lucha por mantener su identidad y mal subsiste contra los depredadores del metro cuadrado, surge con nuestro dinero, un fenomenal lienzo para el artista callejero.
Vecinos de la colación de Osario recogen firmas en contra del citado desafuero estético, incluso apareció la calle llena de panfletos que criticaban con graciosos eslóganes el mencionado esperpento.
Pero si es triste que tamaño desaguisado restaurador se consienta, más lo es el miedo de muchos a que se haga caso al sentido común y se corrija el detalle de mal gusto. Más de uno opina que quitar el zócalo significaría "papeleo" y que incluso se podría paralizar la obra. Que "terminen como sea, pero que terminen". Y eso, llevado a lo cotidiano significa que algo falla en la relación administrador-administrado y que se debía procurar acelerar y adecuar los cauces de comunicación entre ambos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 7 de noviembre de 2003