Sobre una muy viva y luminosa materia documental, José Manuel Novoa despliega en Eyengui -así llama a su profundo bosque del África central el pueblo pigmeo que protagoniza colectivamente esta notable película- una ficción pura. Es un cuento contado con aire de leyenda, de pequeña cosmogonía casera, un relato oral dicho por un viejo de la tribu a un corro de niños asombrados.
La memoria del viejo da forma de poema ritualizado al recuento de las raíces de un pueblo amenazado por la tala de sus selvas por el hombre blanco y sus lacayos africanos, gigantes que desprecian a los enanos pigmeos, que viven en un estadio cultural mucho más libre y elevado que el de los asesinos de árboles y el de los caníbales que cazan a las niñas pigmeas para nutrirse de su inteligencia y su belleza.
EYENGUI, EL DIOS DEL SUEÑO
Dirección y guión: José Manuel Novoa. Fotografía: David Tudela. Música: Santi Vega. Intérpretes: el pueblo de los baká, pigmeos de las selvas del Africa Central. Género: ficción documental. España, 2003. Duración:
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Este canto al bosque, por encima de titubeos en la composición de la secuencia, es noble, tiene buen candor, suya es la paradoja de la malicia ingenua. Tiene Eyengui defectos: inclinación de Novoa a subrayar con la buena música de Santi Vega los crescendos emocionales de la aventura, que es indicio de desconfianza en la imagen; y abusa de movimientos de cámara cortos y funcionales, que reducen a tomas de estudio enormes ámbitos que piden a la cámara quietud y anchura; y se le pueden reprochar también preciosismos y angulaciones enfáticas sostenidas por la bella fotografía de David Tudela.
Pero nada de esto impide que el buen cine emerja en la poderosa ceremonia del afilamiento de los dientes de los niños; en los brotes de la espiritualidad de estos hombres errantes y a deriva en sus evocaciones al Gran Gorila, espíritu del bosque profundo; en la danza y declamación de la her
mosa metáfora del camaleón, que es el precioso Génesis de esta gente pacífica, libre, respetuosa, afable, amistosa, laboriosa, fugada de la historia, orgullosa de su especie y que se resiste a aceptar que su destino lo decidan los asesinos de bosques.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 7 de noviembre de 2003