Le costó litros de sudor, la exhibición de lo mejor de su carácter y hasta el regreso de un futbolista que llevaba dos años fuera del equipo. Pero el Deportivo no se rindió a la fatalidad. La Real Sociedad amenazó con prolongar la hecatombe de Mónaco después de que Nihat recuperase su puntería, extraviada en las últimas semanas. Sin mucho fútbol, pero con una magnífica consistencia, la Real paralizó durante una hora al Deportivo, que empezó a temerse lo peor. Hasta que Javier Irureta se acordó de Djalminha. El ingreso del brasileño, secundado por Pandiani, fue como un repentino subidón de adrenalina. Bajo los efectos de la mágica sustancia corporal, el Depor logró reparar sus daños.
En los peores sueños del Deportivo hay un ejército de tipos bajitos causándole destrozos por todas partes. La pesadilla la inició Giuly, una tachuela de 1,64 metros que juega en el Mónaco y que el miércoles pasado fue responsable en buena parte de la hecatombe que sufrió el Depor en el Principado. Y el espectro del francés se corporeizó anoche en Nihat, otra pulguilla supersónica que juega al fútbol mejor que los más robustos corpachones. Nihat protagonizó un enérgico arranque de partido, en el que la Real Sociedad parecía en disposición de ahondar en los daños sufridos por el Depor tras la sonrojante derrota de Mónaco. Luego se apagó, y con él todo su equipo. Fue sólo un respiro. Nihat no se dejó intimidar ni por el despliegue de Andrade. Aun en pequeñas dosis, el turco resultó un incordio. Y cuando le llegó la cita con el gol, de frente a la portería y sin contrarios en las inmediaciones, remató como hay que rematar: raso, fuerte y buscando el palo.
Hasta entonces, el Deportivo había sido un cúmulo de buenas intenciones, de enormes deseos de desquite y de muy pocas ideas. Los deportivistas anhelaban que llegase cuanto antes el partido de anoche para demostrar a todos -y especialmente a sí mismos- que la debacle del Principado sólo había sido un accidente. El equipo compareció renovado. Como se preveía, Manuel Pablo pagó la factura y fue relegado en beneficio de Héctor. Para los extremos, Irureta recuperó a los habituales Víctor y Luque, ausentes de la catástrofe por lesión. Todos, los recuperados para el partido de anoche y los que arrastraban la herida del miércoles, salieron con decisión. Pero el fútbol es algo más que buenos propósitos. Y el Depor, pese a su tenacidad, no acabó de encontrar la brújula. Valerón volvió a decepcionar, paralizado por ese aire melancólico que le acompaña desde hace ya demasiado tiempo. Víctor y Luque tampoco contribuyeron a revitalizar las bandas, y lo demás lo puso la Real. El equipo donostiarra había asustado con un comienzo trepidante, que no duró más de cinco minutos. Luego se refugió en su versión más precavida. Tampoco necesitó mucho más. Agarrada a su perfecta organización y a una defensa bastante solvente, la Real contuvo al Depor sin grandes apuros y le castigó ocasionalmente con las puñaladas de Nihat.
Ante la falta de recursos, Irureta escuchó al público, que desde el tramo final de la primera parte había desatado un clamor para exigir la presencia de Djalminha. Casi dos años después, el hijo díscolo volvió a sentarse a la mesa familiar para reemplazar a Valerón. Djalminha no compareció solo. Le acompañó el ardor de Pandiani, recambio de un Tristán que había sido el único ileso en Mónaco. Y los cambios voltearon el partido. El brasileño, con mucha hambre acumulada tras largos meses de ostracismo, estuvo estupendo. Le aportó al equipo el ansia que le faltaba a Valerón y además no sucumbió a la peor de sus tentaciones, esa querencia a convertir el fútbol en una guerra particular repleta de alardes superfluos. Djalminha exhibió lo mejor de su inteligencia y de su clase. Se enchufó al equipo, se dedicó a repartir juego y, sin necesidad de ningún arabesco, su deseo incontenible, unido a la euforia que su presencia desató en la grada, contagió a todos.
A la Real se le acabaron las comodidades de las que había disfrutado hasta entonces. El Depor ganó electricidad, pinchó por las bandas y arrolló en el centro. El equipo de Denoueix se fue encogiendo ante la impetuosa cabalgada a los sones del toque de corneta de Djalminha. Del miedo donostiarra nació el primer tanto, un golpe de fortuna para el Depor, que había percutido por la izquierda con Luque y Capdevila. Este último centró buscando alguien que rematase. Y antes de que llegase ningún compañero suyo, apareció Jauregi para introducirlo en propia meta. Lo demás fue cuestión de insistencia. En la recta final emergió, como tantas otras veces, Pandiani, que molestó lo suficiente a Jauregi a la salida de un córner para que el balón rebotara en el donostiarra, que vivió anoche su particular desastre, y se colara. El Depor, así, regresó del infierno al que había sido arrojado hace cinco días en los suntuosos parajes de la Costa Azul.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 9 de noviembre de 2003