El pasado miércoles falleció el matador de toros mexicano retirado David Silveti, en su rancho, ubicado en Salamanca, localidad del Estado mexicano de Guanajuato. Con la muerte de El rey David, como cariñosamente le llamaba la afición, se pierde una de las más grandes figuras de la tauromaquia mexicana moderna. Su inconfundible estoicismo, verticalidad y pureza en las faenas serán muy difíciles de igualar.
Aunque se consagró como figura en 1989, las mejores temporadas de Silveti fueron de 1993 a 1995, año en que se ausentó de los ruedos por agravarse los problemas en sus rodillas, que le obligaban a torear con prótesis en las piernas. Sufría sus carencias físicas con un gran corazón. Tenía David tal amor a su profesión que, a partir de su primera lesión en enero de 1979, soportó 43 operaciones, 14 de ellas en las rodillas, y siete años de rehabilitación en centros especializados de Estados Unidos.
Nació en la ciudad de México el 3 de octubre de 1955, en el seno de una familia de abolengo taurino: Juan Silveti, El Tigre de Guanajuato; Juan Silveti Reinoso, y Alejandro Silveti, abuelo, padre y hermano, respectivamente. A los 12 años se inició como becerrista en una cuadrilla de niños toreros formada por los Arruza, los Capetillo y los Armillita, y en 1973 se presentó como novillero, debutando en febrero de 1975 con picadores. En 1977 viajó a España y con gran éxito participó en 12 novilladas.
Recibió la alternativa el 20 de noviembre de 1977 en la plaza Revolución de Irapuato, Guanajuato, de manos de Curro Rivera, y de testigo, Manolo Arruza, lidiando astados de Mariano Ramírez. Confirmó su doctorado en la Monumental de México el 7 de enero de 1979 al cederle Manolo Martínez la muerte de un toro de Mimiahuapan en presencia de Eloy Cavazos.
Silveti es el único espada mexicano que ha confirmado su alternativa en Las Ventas con ganado mexicano. Esto aconteció el 24 de mayo de 1987 con reses de San Mateo, llevando como padrino a Nimeño II y de testigo a Tomás Campuzano. Toreó un total de 510 corridas en la república mexicana, cortando 473 orejas y varios rabos, además de las ocho que toreó en España.
Volvió a los ruedos el 27 de julio de 2002 en Querétaro y reapareció el pasado 12 de enero en la Monumental de México, dejando una impronta del gran arte y valor que poseía.
Repitió en la México el 2 de febrero para realizar una de sus más sublimes faenas, pues, a pesar de pinchar varias veces, dio dos vueltas al ruedo. Tras lidiar la que sería su última corrida el pasado 22 de febrero en Cadereyta, Nuevo León, su neurólogo le prohibió volver a torear, pues cualquier percance, por leve que fuera, le podía causar la muerte por un coágulo que se le formó en el cerebro.
Él mismo confesó que al recibir la noticia se soltó a llorar y, a partir de entonces, se agudizó su trastorno bipolar, enfermedad que padecía desde hacía 20 años.
David era todo un caballero, justo, generoso y muy religioso. Para su esposa, Laura del Bosque, y sus cinco hijos, nuestro más sentido pésame.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 14 de noviembre de 2003