En algunas circunstancias, cuando estaba al final de los cincuenta, deseé cumplir los sesenta de una vez. Con ese aniversario planeaba establecerme dentro del ámbito seguro de una edad donde ya prosperaría a sus anchas la vejez. Significativamente, ahora, la experiencia más incómoda respecto a la edad sobreviene cuando un médico, con la mejor intención, cree animarme diciendo que aún soy joven. No quiero ser joven ni parecerlo ya. Ni yo ni mis familiares o amigos con sesenta somos de ninguna manera jóvenes. A un joven le resulta irrisoria esta insinuación, que, de hecho, constituye una estrafalaria insidia. Somos viejos, y con ello formamos parte de una cohorte a la que por desgracia no todos acceden y cuyo propósito de enmascaramiento es una anacrónica estrategia formal. Porque así como han salido del armario los homosexuales y las lesbianas con su orgullo gay, así los viejos tienen derecho a proclamarse sin el menor rubor. Esta edad, liberada del canon juvenil de los sesenta, enseña su peculiar naturaleza. Hay un deseo masculino o femenino en la juventud y otro deseo, de diferente composición, para la edad madura. Efectivamente, se registra un deterioro físico, pero ¿qué decir del gusto por el destroyer, el aprecio de las edificaciones gastadas, la estimación de los objetos cargados de historia? La juventud es un sistema y la vejez otro sistema. No tan sólo un sistema secundario y una degradada prolongación de aquél. La calificación de "tercera edad" hace pensar enseguida en una edad de tercera división y por ello el conocimiento se envilece. Tener más años es valer menos ante los ejecutivos obcecados por la contabilidad, pero esto es la señal de la ofuscación máxima. La edad madura no es un simple trastero lleno sólo de achaques y altos riesgos de gripe, tipos a quienes debe pagárseles el autobús y conectarles a la teleayuda. Ese grupo posee además su inteligencia distintiva, su apariencia sin imitación, su sensibilidad autónoma, junto a otros atributos que la hacen resistente a la comparación. Cierto que se está aquí, en teoría, más cerca de la muerte. Pero aun así, teóricamente y precisamente, ¿qué elemento con mayor energía que la muerte para iluminar el contenido de la vida?
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 15 de noviembre de 2003