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DON DE GENTES

Aunque la mona se vista de seda

A mi amigo gay le gustó tanto la historia, que me dijo que iba a proponer a la revista 'Zero' que pusieran en la portada a Rivas Cherif, para darle un toque histórico.

EL OTRO DÍA me pinté como Marilyn Monroe, pero no me lo notó nadie. La gente no se fija. La gente va a lo suyo. Me puse al lado del espejo una foto de Marilyn de Richard Avedon en el que sale ella, divina, con un traje de lentejuelas y la mirada perdida y melancólica y maquillada con su estilo mítico: la raya del eyeliner marcada, una raya que termina en unos rabillos muy graciosos, las cejas dibujadas en pico y las pestañas peinadas con rímel hacia los lados, el lunar de la mejilla izquierda retocado y los labios pintados en tonos anaranjados. Me puse al lado la foto, esa foto que es la más triste que le hicieran a Marilyn jamás, y decidí emular a la diosa. Son las cosas que hago cuando me aburro. Otra intelectual de izquierdas aprovecharía para documentarse, pero yo soy mujer de acción. Además, ya me había leído un libro, un libro precioso de Quim Monzó, Cuentos de Navidad, que además es cortito y a las intelectuales dispersas (como es el caso que nos ocupa) nos viene muy bien porque cumplimos con nuestra cuota parte de actividad intelectual y luego podemos dedicarnos a pintarnos o a autolesionarnos con la pinza de las cejas. Monzó tiene una versión del cuento La cerillera, que es un cuento que de niña me hacía llorar, pero en cuanto me hice mayor y mala persona me provocaba risa. A Monzó se ve que le pasaba lo mismo, y yo me alegro de que haya escritores que se rían de las mismas cosas que yo aunque pertenezcan a comunidades distintas del Estado, porque eso quiere decir, amigos, que todavía hay esperanza. El día que me maquillé como Marilyn Monroe, pero nadie me lo notó, iba al estreno de En la ciudad, de Cesc Gay, el director de Krampack, aquella película de chavales que se hacían pajillas los unos a los otros, que es una cosa supernatural y no hay que echarse las manos a la cabeza, como diría mi idolatrada Lorena Verdún, que es una tía que nunca se altera, ni aun cuando la llama una señora de Móstoles (concretamente) para decirle que es multiorgásmica y además de tener su punto G de toda la vida de Dios acaba de descubrir otros dos puntos G al lado del punto G de toda la vida de Dios. Yo lo encuentro insultante, no me digas.

En total, quedé en la cafetería Nebraska con Miguel Albaladejo. Yo, maquillada a lo Marilyn. Él, o no se dio cuenta o se hizo el loco. A mí me gusta quedar en Nebraska porque es una cafetería como moderna del año catapún, y es que está ya uno de diseño hasta el punto G (concretamente). Mi lema es: volvamos a lo rancio. Del bracete fuimos al estreno. Al acabar dicho filme me tiré a los pies de Eduard Fernández, que es uno de esos actores menudos a los que la pantalla agranda diez centímetros. Me puse delante de él y le dije: Eduard, me quito el cráneo. A mí, los hombres altos, en la vida real, no me gustan. Ya te dije: a mí, el Príncipe me pide que me case con él y, con las mismas, le digo que no. ¿Qué hago yo con una familia política tan altísima? Figúrate que nos hace un retrato Antonio López. Yo parecería una de las meninas. Quita, quita. Que se lo lleve Letizia, que es una Maritacones. Pero a lo que iba: me encantó la película, me gustan los diálogos, los actores y la luz. Me harté de echarles piropos a la salida. Sin encambio, nadie me dijo ni media de mi maquillaje. La gente es muy mezquina, lo que yo te diga. Pillé un taxi y mientras miraba por la ventanilla a los borrachuzos de la Gran Vía, llamé a mi amigo gay. A mi amigo gay lo puedes llamar cuando te salga del punto G, siempre le viene bien. Estaba en el Room, bailando música house, y me dijo que si me iba con él, y le dije que soy una rancia y no me gusta la música house, y él me dijo que para que te guste la música house sólo hay que drogarse un poquito, y yo le dije que yo no me drogo porque se me ha pasado la edad y por si se enteran los niños. Le recomendé la película En la ciudad porque según una encuesta, los solteros urbanos son los que más pasta se gastan en cultura, o sea, los gays, hablando mal y pronto. Él me dijo que iría, aunque dice que últimamente todo me gusta y estoy perdiendo mi célebre colmillo retorcido. En realidad llamé a mi amigo para contarle una historia gay de época que le había contado el viejo pensador Adolfo Sánchez Vázquez a mi santo: resulta que en el año 37 partió para la URSS un grupo de intelectuales españoles, entre ellos Miguel Hernández y Rivas Cherif, de conocida homosexualidad. Los integrantes de la expedición iban riñendo a Rivas "por ese vicio tan feo" y le decían que ahora iba a ver cómo en la Unión Soviética no había hombres "de esos". Fue llegar a Moscú y perdieron a Rivas Cherif de vista. No había pasado ni media hora cuando éste volvió algo sofocado y dijo: "¡Los hay, los hay y los hay!". A mi amigo gay le gustó tanto la historia que me dijo que iba a proponer a la revista Zero que pusieran en la portada a Rivas Cherif, para darle un toque histórico. Cuando llegué a mi portal, Rita, la travestona, me miró y me dijo a la luz de la farola: "Estás monísima, pareces un travesti disfrazado de Marilyn". Me miré en el espejito de mi polvera y reconozco que era cierto. Me quedo cinco minutos más en la calle y me sale un cliente. Fijo.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 16 de noviembre de 2003