Selecciona Edición
Selecciona Edición
Tamaño letra
Crítica:EMOCIONA!!!JAZZ

Asombrosa madurez

El mundo de las cantantes de jazz se está poniendo de bote en bote. Entre el exitoso country-jazz de Norah Jones y el no menos rentable extraluxury-jazz de Diana Krall, Lizz Wright (de 23 años) ha encontrado un hueco para proponer una variante de pop- jazz que también opta al triunfo masivo. Condiciones no le faltan: posee un centro de voz carnoso y emotivo, una tesitura ancha y, lo más importante, una madurez impensable para su edad. Nada de adornos, ni vibrato, ni abusos de filado; sólo una voz poderosa y directa capaz de partir en dos, limpiamente, cualquier manzana de buen oído.

No obstante, se aprovecha su juventud para darle al menos un consejo: por favor, que despida al batería Ej Strickland, que trabajó como si soñara estar al frente de las grandes orquestas de Duke Ellington y Count Basie juntas y acongojó la voz de Wright. Cierto que algunas piezas pedían cierta contundencia rítmica, pero no hasta el punto de crujir falanges, falanginas y falangetas con baquetazos rudos y hasta una pizca groseros. Ojalá hubiera habido en la sala algún anestesista para adormecer un rato al insensato fagocito musical.

Lizz Wright

Lizz Wright (voz), John Cowherd (piano), Doug Weiss (contrabajo) y Ej Strickland (batería). Teatro Casa de Campo. Madrid, 18 de noviembre.

Soslayado este punto, Wright causó bastante mejor impresión que Norah Jones o Diana Krall en sus respectivos estrenos madrileños. Su sobria actuación se basó en el repertorio de su primer disco, Salt, pero también intercaló algún clásico que dio generosa medida de sus posibilidades. En Afro-blue, tema que ha conocido versiones tan ilustres como las de John Coltrane o Abbey Lincoln, reveló que su timbre tiene mucho del magnetismo atávico del continente madre, mientras que en Nature boy acertó a desgranar la letra al tempo justo, sin caer en esas lentitudes extremas que pueden rasgar la continuidad narrativa de cualquier historia. Aún mejor estuvo en Good bye, una balada desvalida de enigmático tono emocional que Wright encaró sin ambigüedades, decidida a capturar su meollo expresivo sin cargar ni diluir las tintas.

Finalizó con un blues canónico, resuelto con sinceridad tan sutil que la audiencia pudo darse cuenta de que su concierto hubiera sido un sueño sin la colaboración del insidioso batería aludido. Cuando una voz tiene la calidad de la de Wright, es un crimen ocultarla bajo percusiones gordas como mantas palentinas.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 20 de noviembre de 2003