La otra tarde asistí perplejo a la colocación del alumbrado navideño de algunas calles de Barcelona. Una hilera roja -infinita- de bolsas de compra con una pequeña bola de Navidad y una bombilla en su interior, es el referente navideño para las próximas fechas.
El espíritu de la Navidad ha muerto definitivamente, piensas en un primer momento. Pero luego caes en que es el fruto de una intuición genial, algo que trasciende las religiones y los países, algo por cuya celebración nadie en esta sociedad multicultural podrá ofenderse: ¡Vayamos a adorar al dios consumo! ¿A quién le importará en estos días que, como hace 2000 años, un niño nazca en Belén en medio de la pobreza y la opresión?
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 23 de noviembre de 2003