Hace un año, por estas fechas, una chatarra flotante cargada de crudo naufragaba en el Atlántico, frente a las costas gallegas, después de varios días de incertidumbre y navegación a la deriva. La llamada de socorro sorprendió a algunos responsables politicos a contrapie, en plena ocupación cinegética y con el punto de mira en otra dirección. La catástrofe se consumó y lo que siguió es bien conocido.
La nefasta gestión de la crisis por parte de las autoridades obligó a buena parte de la ciudadanía a suplir la incapacidad de sus gobernantes. Así, los voluntarios limpiaron costas mientras los pescadores se organizaron para recoger chapapote del mar. Ahora, un año después, nos preguntamos: ¿Ha servido de algo? ¿Han cambiado las condiciones de seguridad en la navegación? ¿Podría repetirse un accidente similar? Y sobre todo ¿Cuál ha sido el coste económico ocasionado por la tragedia y quién ha corrido y va a seguir corriendo con los gastos, el que contamina o los contaminados?
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 23 de noviembre de 2003