Riquelme y Anderson. Dos exiliados del Camp Nou dieron ayer buena cuenta del Barcelona en El Madrigal en un partido capitaneado por el argentino y rematado en el descuento por el pistolero brasileño. Ni una ni otra figura, la del gobernante y el ejecutor, se adivinaron en el Barça, ciego en la dirección sin Ronaldinho y sin suficiente pegada en ataque. Todo lo contrario que el Villarreal, con Riquelme al timón, sobre todo en la primera parte, y Anderson en la boca del gol, justo cuando más duele, al final.
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Con otro nombre en la camiseta, Román en lugar de Riquelme; con otro número, el 8 por el 10; pero con su estilo de siempre. Riquelme jugó ayer por primera vez de amarillo ante el equipo que le fichó de Boca Juniors en 2002, el Barcelona. Sus maneras no han cambiado. Necesita como el aire el balón, estar en contacto con la pelota.
Floro situó a Riquelme como enganche, en un 4-2-3-1, escoltado por Pedro Martí y Josico. En el Barcelona, Rijkaard alineó a un par de guardias de seguridad, Motta y Márquez, para atar en corto al argentino. Le vigilaron de cerca, pero no evitaron que repartiera su calidad. Sí, cierto que Márquez le ganó el pulso en el cuerpo a cuerpo cuerpo, pero con el balón de por medio la historia cambió.
Riquelme dejó sentado en varias ocasiones al mexicano, sobre todo en un excelente quiebro a la media hora que mandó a Márquez a segar la hierba y dejó al jugador del Villarreal solo en la frontal. Su disparo se marchó desviado, pero El Madrigal coreó su nombre: Riqueeeelme, Riqueeeeelme. Lo repitió cuando José Mari marcó el 1-0 tras un córner servido en forma de plátano por el argentino, cuando pisó una y otra vez la pelota ante Gabri o Cocu y cuando dejó en evidencia a Puyol en otro regate. Román se lo pasaba en grande, fiel a su filosofía de que el fútbol es un juego. Márquez y Motta acabaron en el banquillo.
La transformación de Riquelme afecta también a su búsqueda del gol, faceta poco cultivada en Barcelona. Suma cinco goles este curso, los mismos que en todo un año en el Barça. Ayer buscó el sexto ante Valdés. No lo encontró. Anderson, en el último suspiro, sí.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 23 de noviembre de 2003