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REVUELTA POPULAR EN GEORGIA

Shevardnadze renuncia a la presidencia de Georgia para evitar un baño de sangre

Shevardnadze dice que renuncia para evitar "un derramamiento de sangre"

La era Shevardnadze terminó ayer: con voz serena, el hombre que dirigió los destinos de Georgia independiente durante 11 años anunció su dimisión. "No pienso abandonar Georgia, ahora me voy a casa". "Nunca he ido contra mi pueblo. Por eso es mejor que dimita ahora y que todo termine pacíficamente. Si hubiera hecho uso de mis derechos , se habría producido un derramamiento de sangre". El líder de la oposición, Mijaíl Saakashvili, se lo reconoció cuando dijo que Shevardnadze había tomado una decisión valerosa, que impidió la guerra civil en Georgia.

El opositor Saakashvili se perfila como el próximo jefe de Estado tras las elecciones

A pesar de sus palabras, Shevardnadze podría haber abandonado anoche Georgia, según fuentes del aeropuerto de capital. Sin embago, su portavoz aseguró que estaba en "su casa" donde permanecería "al menos durante la noche".

La jornada se desarrolló de forma dramática. Saakashvili dio, a las seis de la tarde -las 15.00 hora peninsular española- un ultimátum conminando a Shevardnadze a que renunciara, pues en caso contrario conduciría a sus partidarios hasta la residencia de Krtsanisi, donde éste se había atrincherado el sábado después de haber sido desalojado del Parlamento y de la sede de la presidencia. Al poco rato, Saakashvili extendió el plazo fatal en una hora. Pero la sangre no llegó al río. Faltando 15 minutos para que terminara el nuevo ultimátum, el líder de la oposición se presentó en la residencia de Shevardnadze, acompañado de Zurab Zhvania, otro dirigente opositor, y del ministro de Exteriores ruso, Ígor Ivanov, quien desde el sábado por la noche realizaba frenéticas consultas con las partes en conflicto para llegar a un compromiso.

Tras una hora de reunión, salió una caravana de coches con destino al aeropuerto, que muchos creyeron que era la vergonzosa huida de Shevardnadze. Pero era Ivanov quien daba por concluida su misión. Minutos después, Shevardnadze compareció ante la prensa para anunciar lo que en la plaza del Parlamento se gritaba desde hacía horas: su renuncia. Como por arte de magia, el oscuro cielo de Tbilisi se iluminó con fuegos artificales que anunciaron el triunfo de la revolución de terciopelo georgiana. El ya ex presidente georgiano, sin dar muestras de abatimiento, dijo estar feliz de poder dedicarse ahora a escribir sus memorias.

El día había empezado mal para Shevardnadze. Por la mañana no había signos del estado de excepción, que había impuesto el día anterior como respuesta a la toma del Parlamento por sus adversarios. Pero la orden no pasó del papel. El ministro de Defensa, David Tevzadze, manifestaba que no emprendería ninguna acción que condujera al derramamiento de sangre, al tiempo que aseguraba que había que "restablecer el orden". Sin embargo, ya había serias dudas de que Tevzadze a esas horas siguiera controlando el Ejército. Luego, se sumó la dimisión del poderoso secretario del Consejo de Seguridad Nacional, Tedó Dzhaparidze, y otras deserciones que completaron la debacle.

Por primera vez desde que hacía dos semanas habían comenzado los mítines frente al Parlamento, numerosos militares se presentaron a prestar su apoyo a Saakashvili. El líder nacionalista anunció a las masas que enarbolaban los emblemas de su partido -bandera blanca con cruces rojas- que la policía de Tbilisi, las tropas del Interior y unidades de élite del Ejército se habían pasado a la oposición.

La noticia fue recibida por jubilosos gritos de "¡Viva Misha!", el diminutivo de Mijaíl, ya que Saakashvili se perfila como el próximo jefe de Estado en los nuevos comicios presidenciales que, según la Constitución, deberán celebrarse en el plazo de un mes y medio como máximo. Mientras el poder se le iba escapando de las manos, Shevardnadze, desde su residencia, ubicada a sólo cinco kilómetros del Parlamento, donde se manifestaban decenas de miles de georgianos, hacía el último intento de salvar la situación e insinuaba que podía acceder a convocar elecciones extraordinarias. Pero la suerte del veterano dirigente ya estaba echada. La multitud que se había apoderado del centro de la capital no estaba dispuesta a que le escamotearan la victoria con una jugada de última hora.

Saaskashvili, al final de la agitada jornada, hizo un llamamiento a la tranquilidad y anunció a sus seguidores que ya podían regresar a sus casas. Pero la gente siguió de fiesta por la victoria, con bailes y música folclórica.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 24 de noviembre de 2003