Si Bernard Haitink (Amsterdam, 1929), modesto y trabajador, tuviera sólo un poquito más de chispa, hubiera roto con el cuadro hace mucho tiempo. A cambio, es difícil encontrar un constructor más conspicuo de edificios sólidos y bellos al mismo tiempo, pero a los que a veces les falta el resquicio por el que, en un momento dado, pueda pasar el soplo del espíritu. Todas sus cualidades afloraron en unas excelentes 86 de Haydn y Sexta de Bruckner. Con una Staatskapelle de Dresde, toda una historia y una cultura hechas sonido. Nada que objetar a semejante demostración de presencia, a la calidad de todos y cada uno de sus atriles. Ejemplos supremos, los violonchelos en Haydn y el pizzicato pianissimo de los contrabajos en ese movimiento lento de la Sexta bruckneriana en el que la cuerda parecía en los primeros compases una ola gigantesca. El Haydn del director holandés es, sobre todo, equilibrado, claro, clásico, en una palabra. El Bruckner, macizo, redondo, pleno, y le falta esa pasión que, llevando la línea hasta el extremo, le otorgaba Celibidache. Se tardó un poco en encontrar el hilo en el maestoso inicial, pero el adagio fue magnífico, y nos llevó a un scherzo y un finale ejemplares. Éxito grande respondido, como debe ser, sin propinas.
Staatskapelle de Dresde
Bernard Haitink, director. Obras de Haydn y Bruckner. Auditorio Nacional. Madrid, 23 de noviembre.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 25 de noviembre de 2003