Entra Hanna K. en el ramillete de las películas estadounidenses de Costa-Gavras, que hay quien considera -este cronista es uno de ellos- el instante más vivo, rico y convincente de su obra, en el que las ideas del realizador y la estructura fílmica del suceso o sucesos que las sirven de vehículo alcanza unidad cercana a la redondez de la fusión. De ahí que sean películas cuyo título es ya un signo de identidad del cineasta, como les ocurre a Missing, El sendero de la traición y La caja de música, conocidas y reconocidas en el mundo como obras indispensables para el conocimiento de nuestro tiempo.
En cambio, Hanna K. no tiene esa resonancia universal y, sin embargo, es una obra grave, intensa y hermosa, digna de las tres anteriores, cuya realización se sitúa entre las dos primeras, y como todas ellas gira alrededor de una admirable mujer capaz de mover (y remover bajo ella) una aplastante losa del cementerio que se oculta en la caverna del subsuelo de su vida cotidiana. A las heroínas de aquellos filmes (Sissy Spacek, Debra Winger y Jessica Lange) hay que añadir la abogada judía que crea Jill Clayburg, actriz que se jugó su carrera por tirar del carro de un filme tildado en medios de Hollywood y Nueva York (de manera infame, lo que hundió su carrera comercial) de antisemita, sin serlo en absoluto, sólo por tener el coraje de presagiar en el Israel de 1983 la incalculable tragedia de la rebelión palestina que se avecinaba. Cine lúcido, grande, que entra en lo indispensable de Costa-Gavras.
HANNA K.
Dirección: Costa-Gavras. Guión: Franco Solinas y Costa-Gavras. Fotografía: Ricardo Aronovich. Intérpretes: Jill Clayburg, Jean Yanne, Gabriel Byrne, Mohamed Bakri. Francia-EE UU, 1983. Género: drama. Duración: 108 minutos.
MÁS INFORMACIÓN
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 28 de noviembre de 2003