La novela Capitán de mar y guerra está ambientada por el escritor Patrick O'Brien (muerto en 2000) en la persecución de un barco de guerra inglés de primeros del XIX, el HMS Surprise, al buque insignia de la flota napoleónica, el Acheron. O'Brien comenzó a escribir su novela en 1953 y no pudo editarla hasta 1970. Tuvo buenas críticas, pero la venta fue muy mala. En 1990 la reeditó y, de la noche a la mañana, alcanzó enormes ventas, que prolongaron la aventura a lo largo de diez de los veinte libros que sobre mar y guerra escribió O'Brien. Una síntesis de su primera y su décima (La costa más lejana del mundo) novelas sobre el Surprise tras la estela del Acheron es la materia argumental de Master and Commander, dirigida por el australiano Peter Weir y protagonizada por el neozelandés Russell Crowe y el británico Paul Bettany.
MASTER AND COMMANDER
Dirección: Peter Weir. Guión: John Collee y P. Weir, extraído de dos novelas de Patrick O'Brien. Intérpretes: Russell Crowe, Paul Bettany, James D'Arcy, Edward Woodall, Chris Larkin. Género: aventuras. EE UU, 2003. Duración: 138 minutos.
Tiene el enfoque de Weir un esquema de fondo procedente de viejas películas de mar y guerra, sobre todo de la irrepetible -como demuestra la plagiaria, taquillera y deleznable Piratas del Caribe- serie de piratas del Hollywood clásico, desde El cisne negro a La mujer pirata, pasando por muchas otras obras maestras. Pero también tiene que ver con Duelo en el Atlántico, aunque ésta represente una batalla del siglo XX, e incluso con la muy terrestre Duel, irrupción de Steven Spielberg en las leyes de la persecución. Es, una vez más, el inagotable juego entre el ratón y el gato que permite al cine (basta recordar a Tom y Jerry) hacernos vivir la gozosa victoria de la astucia del pequeño ratón contra las zarpas del gran gato. El juego de fondo de Master and Commander sigue esa lógica. Es por ello un juego divertido, expansivo. Es excelente el trazado de las estrategias y habilidades en las maniobras de regate del barco inglés desde el que contemplamos la persecución. Y la fascinación del concierto de maderas corroídas y sonoras del viejo buque funciona.
Weir hace un expertísimo trabajo de puesta en pantalla transparente, pero se pasa de bondadoso en el retrato de la vida cotidiana dentro del barco. La deriva de esta cotidianidad se beneficia del esmero del gran director de El año que vivimos peligrosamente y Único testigo, pero se resiente del toque en exceso blando de los esbozos de los pobladores del buque, una tripulación no de toscos bucaneros acosados por la claustrofobia, sino de un coro de saltarines sonrientes y a ratos casi angélicos, que hacen que incluso la escena de la flagelación tenga un tono versallesco. Pero nos hacen pasar el rato, animados por el padre capitán que Russell Crowe clava con su abundancia de recursos, pero cayendo de nuevo en una interpretación demasiado visible: se le ve desde fuera su andamiaje interior. No vemos a un capitán bucanero, sino a Crowe fingiendo serlo. Con la eficacia del comedimiento, su colega Paul Bettany mueve su personaje con menos pero más elegantes, o menos toscos, recursos que Crowe. Y ambos tienen el mérito de sostener a dúo Master and Commander y, a cuerpo limpio, cubrir un vacío originado en una grave ligereza en la visión de Weir: un larguísimo recorrido -desde La Mancha al Caribe, y luego Brasil y la espeluznante hazaña de doblar a vela el cabo de Hornos y subir océano arriba a las islas Galápagos-. Y este abismal recorrido pasa sin que se perciba en los rostros sensación de erosión, de deterioro, de tránsito, de gasto moral, de captura interior de tan descomunal itinerario físico y anímico. No interioriza Weir la dramática dilatación del espacio escénico y su pulcro y gozoso buque, en realidad, no se mueve de la confortable y quieta cala californiana donde se rodó el filme.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 28 de noviembre de 2003