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Crítica:

Contenida complejidad

El portugués José Pedro Croft ha realizado un proyecto escultórico específico en una galería madrileña. Una pieza que se desarrolla en un espacio arquitectónico anguloso, y para el que el artista hace uso de lenguajes minimalistas y constructivistas.

Tras la euforia que se desató en el mundo de la escultura durante los años setenta, cuando se desbordaron todos los presupuestos teóricos sobre los que se sustentaba este arte milenario para poder redefinirse con respecto a nuevos valores, en los últimos quince años los escultores parecen haberse retirado a sus cuarteles de invierno repitiendo los esquemas más exitosos, reduciendo su caudal de ideas, convirtiendo sus obras en bibelots y vaciando de pretensiones teóricas su trabajo para hacerlo asequible a un hipotético mercado que, por supuesto, no está ya interesado en acumular más trastos sin sentido. Es necesario recordar ahora esta situación de penuria creativa y crítica en la que estamos inmersos para poder valorar el trabajo que presenta José Pedro Croft (Oporto, 1957) en el Estudio de la Galería Helga de Alvear, para el que ha realizado y desarrollado un "proyecto específico".

JOSÉ PEDRO CROFT

Galería Helga de Alvear

Doctor Fourquet, 12 Madrid

Hasta el 10 de enero

de 2004

El Estudio es una especie de altillo que está situado entre los cuchillos de la estructura del tejado de la nave, cruzado por los perfiles diagonales de hierro; aprovechando esta circunstancia que condiciona físicamente el espacio, José Pedro Croft ha diseñado y construido cuatro piezas, con hierro, vidrio y espejos, que dialogan con el espacio y complementan sus preexistencias estructurales. Siguiendo un lenguaje plástico que ancla sus raíces entre el constructivismo y el minimalismo, genera unos planos que siguen direcciones marcadas por las vigas, ocupando con ellos los cuatro rincones de la sala.

Cada pieza posee su

propia entidad y su interés particular, pero las cuatro juntas, colocadas cada una en un sitio específico, establecen unas relaciones espaciales y visuales en las que juegan la escala del lugar, la relación de dimensiones entre las piezas y el espacio, así como la materialidad, transparencia y virtualidad de las obras. De esta manera, el artista recrea un espacio que, de entrada, no es muy favorable, lo que recuerda el interés que en los años setenta adquirieron ciertos postulados teóricos y determinadas prácticas artísticas que incidieron sobre la especificidad de las obras que se realizan para espacios concretos, sobre los fenómenos de la ocupación y sobre los problemas perceptivos relacionados con las transparencias y las imágenes reflejadas. Pero, sobre todo, lo que se agradece de esta instalación es la rigurosidad con que el artista ha realizado el análisis espacial y la coherencia con que ha resuelto la ocupación, recurriendo a una geometría simple de planos rectangulares que se articulan girando según las direcciones marcadas por los perfiles de la estructura del tejado. Sin embargo, no hay nada simplista en esta obra, aunque las estructuras geométricas de ella son fácilmente aprehendidas con un golpe de vista, los reflejos y transparencias de sus superficies dotan al conjunto de una contenida complejidad.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 29 de noviembre de 2003