Muy pocas veces había tenido la oportunidad de atravesar, paseando, sin detenerme en semáforos, las tres plazas emblemáticas del centro urbano granadino. Uno comenzaba su itinerario desde la plaza de la Trinidad. Luego, entre el murmullo de paseantes relajados, llegabas a los tilos de la plaza Bib-Rambla, con su hermosa fuente rodeada de pequeños quioscos donde se venden flores. Sin que la calle Zacatín te agobiase de transeúntes alocados, esclavos del reloj, te topabas, tras atravesar la Gran Vía huérfana de coches, con la plaza Nueva, en medio del escenario de la historia en forma de monumentos y belleza natural. Era, entonces, cualquier domingo por la mañana, antes de que el Partido Popular ganara las elecciones municipales. Ahora no. Ahora el PP a dicho que eso de los domingos sin coches en la ciudad es una cosa antigua y cutre. Ahora no. Ahora el PP quiere una Granada con coches todos los días de la semana, cuando nos prometió eliminar el 80% del tráfico rodado por las calles céntricas. Pero, claro, eso fue una simple, triste, agónica, increíble, fantasmagórica, ilusa, confusa, engañosa, fútil, baldía, inoperante, impracticable, insostenible, improbable, esperpéntica y grotesca promesa electoral. Ahora no. Ahora el PP quiere, no sólo una capital rebosante de coches, sino una provincia con cientos de miles de ellos. Quiere el ministro Cascos atravesar la vega granadina (ésta sí es promesa que cumplirá Fomento) construyendo una autovía que acabará con toda esperanza de preservar uno de los espacios naturales más bellos de Andalucía. Ahora sí. Ahora comienza el progreso más irracional de la derecha más recalcitrante de Europa, sin contar con Berlusconi y los suyos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 1 de diciembre de 2003