En las 77 cárceles españolas hay alrededor de 1.000 presos (la mayoría hombres) por malos tratos a su pareja. Los maltratadores forman parte de la comunidad de 3.671 personas que permanecen penadas por delitos contra las personas (homicidios y lesiones).
La Dirección General de Instituciones Penitenciarias obtuvo la cifra el año pasado, al poner en marcha un proyecto piloto de terapia para maltratadores. Realizó un estudio exhaustivo de los expedientes penitenciarios. Cuando un preso entra en la cárcel, el expediente precisa el delito, pero no la víctima. Finalmente, se estimó que había alrededor de 900 hombres maltratadores, sin contar las 11 cárceles catalanas. En ocho centros penitenciarios (ubicados en Albacete, Alicante, Lugo, Álava, Madrid, Mallorca, Tenerife y Valladolid) se puso en marcha una terapia piloto para los maltratadores.
Para participar en estas terapias, que eran voluntarias y no aportaban ningún beneficio penitenciario, era necesario que el delito principal fuese el de malos tratos. Un total de 61 presos inició el tratamiento, que acabaron 56. Las cinco bajas se produjeron al principio por la nula intención de estos reclusos de cambiar de conducta. El 40% de los seleccionados procedía de familias desestructuradas y sólo el 30% reconocía su delito
. Según María del Mar Rodríguez, terapeuta que ha trabajado en un proyecto con maltratadores en la cárcel de Ourense, lo más importante es que los presos reconozcan su actos y tomen conciencia del problema. "La asunción de la responsabilidad es clave. Muchos lo niegan y otros lo justifican", dice. Rodríguez asegura que los maltratadores siempre tienen excusas. "No era yo", "Perdí los nervios" o "Estaba cansado" son algunas de las más utilizadas.
Al comprobar que algunos maltratadores se habían quedado sin terapia por no haber querido trasladarse a la cárcel donde se realizaba la prueba piloto, Rodríguez y otros trabajadores sociales solicitaron a la Dirección General de Instituciones Penitenciarias un permiso para realizar esa práctica en Ourense. Ésta en vez, en lugar de durar cinco meses, se prolongó casi un año, con dos sesiones semanales de dos horas.
Problema enquistado
En la prisión de Ourense había 12 presos por malos tratos, la mayoría con penas por homicidio o asesinato. Nueve realizaron la terapia. Uno la rechazó porque le quedaba poco para salir en libertad, y otros, porque se consideraban inocentes. La media de edad del grupo era de 40 años. El más joven tenía 32 y el mayor, 55. Rodríguez tiene claro que estas terapias son necesarias. "Si no trabajamos con ellos saldrán peor de lo que han entrado", asegura. Tiene claro que hay que intervenir antes. "Cuando llegan a la cárcel, el problema ya está muy enquistado. Es necesaria una educación desde la escuelas sobre la igualdad de sexos", precisa.
Las terapias se basan en la asunción de la culpabilidad. Se trabaja el control de la ira, la resolución de conflictos, la conducta de celos, la educación sexual, la educación en la igualdad entre hombres y mujeres y la prevención de recaídas. "Hay presos que lo pasan muy mal durante la terapia. Sobre todo cuando toman conciencia de lo que han hecho, o cuando se les hace escribir sobre su pasado", explica Rodríguez. Esta terapeuta asegura no haber tenido ningún problema con los presos durante las sesiones.
Los terapeutas han hecho una evaluación de los presos, pero los resultados dependen del comportamiento de los reclusos cuando recuperen su libertad. Instituciones Penitenciarias (dependiente del Ministerio del Interior) estudia si repite la experiencia. En la cárcel Ourense están a punto de empezar la segunda tanda de terapia.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 2 de diciembre de 2003