La Real jugaba dos partidos con dos objetivos: tumbar al líder en Anoeta y clasificarse para octavos de Liga de Campeones, en Dortmund. No tuvo su día. El Galatasaray ganó al Juventus y el Valencia soportó el agobio en Anoeta sin plantearse muchos más objetivos que el empate. Nadie salió contento. La Real no sale del agujero y el Valencia arriesgó el liderato en un partido con dos partes, con dos talantes, con dos estructuras.
REAL SOCIEDAD 0- VALENCIA 0
Real Sociedad: Westerveld; López Rekarte, Kvarme, Schürrer, Aranzabal; Karpin, Xabi Alonso, Alkiza (Aranburu, m. 72), Gabilondo; De Paula (Nihat, m. 64) y Kovacevic.
Valencia: Cañizares; Curro Torres, Ayala, Pellegrino, Carboni; Marchena, Baraja; Rufete (Albelda, m. 83), Aimar, Vicente (Xisco, m. 74); y Olveira (Angulo, m. 66).
Árbitro: Puentes Leira. Amonestó a De Paula, Pellegrino, Vicente y Aimar.
Unos 20.000 espectadores en Anoeta.
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Hay jugadores que matan los partidos, árbitros que los destrozan y jueces de línea que sencillamente los impiden. De no haber sido por los asistentes de Puentes Leira, el partido hubiera resultado espectacular. Hasta en cuatro ocasiones se confundieron en la señalización del fuera de juego, impidiendo otros tantos goles. Incuso Karpin lo clavó en la red, a los dos minutos, pero el asistente inició su particular recital de levantamiento de banderín. Luego lo pagaron Kovacevic, Oliveira y Vicente, pero entre todos se sobrepusieron a la adversidad de los costados y construyeron un primer tiempo vistoso, de ida y vuelta, cumpliendo cada cual su papel en un grado de igualdad impropio de la jerarquía que imponía la clasificación.
Al Valencia le costó un buen rato meterse en el partido, encajonado por la Real en su área e incapaz de sacar el balón con la fluidez que acostumbra. No encontraba ni a Baraja -muy retrasado- ni a Aimar -muy aislado-. La culpa era de la Real, que presionaba arriba y asfixiaba a su rival con unos automatismos que recordaban a la mejor Real de la temporada pasada. Le faltaba lo habitual este año, el gol, un asunto que no puede achacarse a la falta de empeño de Kovacevic, que ayer trillaba el campo a lo ancho y a lo largo, poco asistido por De Paula, un futbolista de similares características que nunca encontró su sitio.
El duelo en el centro del campo se antojaba precioso. No siempre se puede ver discutir futbolísticamente a dos jugadores como Aimar y Xabi Alonso. El argentino se tomó su tiempo de aislamiento, pero a los 20 minutos empezó a dejar su sello. Eran apariciones esporádicas que encontraban en Vicente un socio avispado, con esa punta de velocidad e ingenio que le convierten en un peligro constante.
Eran tiempos de ida y vuelta, la Real, por el empuje del Alkiza, la movilidad de Karpin y la profundidad de Gabilondo; el Valencia, por su habilidad para el contragolpe, si por el medio andaba Aimar para conducirlo.
Pero entonces surgió la figura de Xabi Alonso, en la segunda mitad, para ponerse los galones del partido y comenzar una tenaz ofensiva contra el Valencia, que pecaba de inconstancia, de juego destructivo, de excesiva actitud reservista. Era el habitual fútbol trabado de faltas que inutilizaba la vistosidad de una primera mitad meritoria y poco a poco se conducía a un tobogán de faltas y topetazos.
La Real sacó el partido del agujero. Entre Xabi Alonso y Rekarte hurgaron en las carencias del Valencia, muy notables en el costado que defendía Carboni, y que se agudizaron con la entrada de Nihat. En un minuto dejó la tarjeta de visita: disparo al larguero y los dos sucesivos remates de Gabilondo los frenaron, primero Curro Torres y, después, Pellegrino. Parecía la oportunidad de la noche, un tres en uno que evidenciaba la pelea con el gol de la Real Sociedad. Pero Rufete no estaba por la labor de dejar ni siquiera esa gloria a su oponente: apenas unos minutos después se plantó ante Westerveld, le desbordó con un quiebro a la derecha y con la portería vacía y el balón en su pierna buena lo envió fuera.
Era la única presencia activa del líder en toda una segunda mitad en la que pecó de vulgaridad y de talante conservador. La Real le borró del campo, le condenó a vivir con el agobio y a sobrevivir con la fortuna. Le bastó con eso. A la Real no le bastó con jugar mejor. Se conformó con mejorar su imagen ante un líder de pico y pala.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 3 de diciembre de 2003