Leucona, Gershwin, Matamoros... todos unos magníficos si sus piezas las recrea el piano del eximio Bebo Valdés, un regalo para los oídos y un regodeo en la belleza. El octogenario pianista cubano es el epicentro del recital. Sobre su sabiduría y virtuosismo bascula todo, sea interpretando instrumentales con todos los músicos, o poniéndose al servicio del cante de El Cigala, con el que iba a interpretar las piezas más conocidas de Lágrimas negras, el trabajo que les ha merecido tantos reconocimientos, premios y ventas de discos.
Bebo Valdés y Diego 'El Cigala'
Bebo Valdés (piano), Diego El Cigala (cante), Javier Colina (contrabajo), Piraña (cajón), Rickard Valdés (timbal). Artista invitado: Federico Britos (violín). Palacio de Congresos. Madrid, 2 de diciembre de 2003.
Empezó la cosa con unas contradanzas instrumentales. El Son de la loma, de Miguel Matamoros, fue lo primero, y de ahí se desencadenó una suerte de piezas con el violinista uruguayo Federico Britos. Pero se detectaba impaciencia por ver en escena a El Cigala. Salió una hora después del comienzo el cantaor que ha llevado el bolero al flamenco, en un estilo difícil de calificar. No es ni bolero ni son, tampoco flamenco del todo. Pero ¿es que hay que etiquetar las emociones? La unión de Bebo y El Cigala es sobre todo emoción.
Hubo un lugar, Se me olvidó, Corazón loco y, por supuesto Lágrimas negras, sonaron espléndidas y majestuosas, lo mismo que La bien pagá. Lo cierto es que se dio la magia. Bebo acaricia las teclas, les extrae el alma; Diego añade la pasión. Se agradece que un día a Fernando Trueba se le ocurriera juntarles. Podría haber resultado un disparate, si no fuera porque ambos canalizan de maravilla la admiración mutua que se sienten.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 3 de diciembre de 2003