Es un sábado de noviembre, día festivo, me dirijo con mi hijo al metro de Embajadores. La plaza del mismo nombre aparece como es habitual: llena de vendedores de CD y DVD piratas, de hortalizas, de flores, y llena de ciudadanos. De pronto, varios miembros de la Policía Municipal de Madrid abandonan violentamente sus vehículos en la calzada y corren hacia los puestos ambulantes porra en mano. Los vendedores, con objeto de evitar la multa, y no pudiendo huir con la mercancía, reaccionan violentamente también huyendo a la carrera, derribando, entre otras, varias estanterías del quiosco de periódicos.
Es tan violenta y desproporcionada su forma de actuar que a punto está uno de los policías de arrollarnos. Por eso le recrimino en alto su actuación y él se vuelve desafiante y me contesta, porra en mano, que si me parece bien lo que está ocurriendo. Pues no, no me parece -contesto-, pero es aquello de no matar moscas a cañonazos, estamos ante un delito de los llamados económicos o contra la propiedad intelectual. Señores de la Policía Municipal: no pueden ustedes arrollar a los pobres ciudadanos, acuérdense de aquello que les enseñaron en la academia, lo del bien superior: si ustedes actúan para evitar la comisión de un delito de sangre, entenderíamos que pusieran en riesgo otros bienes como son la integridad y la paz de los ciudadanos de esta ciudad, sobre todo las de los más pequeños. Pero lo de la plaza de Embajadores y lo de la glorieta de Atocha (donde actúan igual) es desproporcionado.
Así que mejor cambiamos los modos, ponemos policías a pasear las calles y plazas; policías que no miren para otro lado como hacen ahora, que hablen con los ciudadanos en los parques y en las calles, que castiguen la canallesca inundación de cagadas caninas, la invasión de las aceras por las motos, las zanjas y los andamios abiertas o colocados por cualquier tipo con casco en la cabeza.
¡Ah, ésa es la nueva autoridad! Llego con mi camión y descargo donde quiero, que el trabajo es sagrado, que estoy trabajando. En el caso de la Policía Municipal pasa igual: lo importante no es qué se hace, sino cómo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 4 de diciembre de 2003