Hace pocos días he podido visitar el Museo Picasso en Málaga. Vengo sinceramente emocionado. Emocionado por haberme sentido más orgulloso de ser andaluz, español y más ciudadano del mundo. Ya a la entrada uno va notando la sencillez del palacio, la arquitectura moderna que lo hace acogedor, que te va envolviendo y facilitando a lo largo de toda la visita la concentración para contemplar el verdadero tesoro en las paredes blancas que alberga en su interior. ¡Qué lindo verlo lloviendo a mares desde el patio y rebosante de luz cuando las nubes dejan salir el sur!
Picasso te invita a profundizar en su vida y su obra, a comprender esas constantes perspectivas de perfil y de frente de sus personajes, a detenerte en esos cuadros, objetos, esculturas incomprensibles aparentemente pero que en el fondo te inquietan y te incitan a reflexionar sobre la inmensa fuerza del amor. Al finalizar la visita, se despierta en ti un sentimiento ambivalente. De pena, de pensar cuántos genios degenerados se han perdido por los caminos de este país. De alegría, de poder contar tan cerquita de nuestra vida con este precioso y único museo de este genio de todos los siglos gracias a mi Gobierno andaluz, a Christine, a Carmen Giménez y a Carmen Calvo. Mi agradecimiento sincero.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 6 de diciembre de 2003