La fábrica nacional del turismo no parecía el lugar idóneo para que un poeta de California que murió hace 32 años congregara a unas 7.000 personas. Y menos que aquella banda psicodélica que acompañó a Jim Morrison emocionara a un público sorprendentemente joven cuando se dedicó a rememorar los acordes ácidos del poeta.
Claro que se notó que Ian Astbury, el vocalista de los nuevos The Doors, entonaba mejor cuando no disimulaba su pasado The Cult. Claro que Morrison es irrepetible e inimitable. Y claro que el guitarrista Robbie Krieguer se equivocó cuando intentó hacer una larga gracia flamenca con su eléctrica, desnudándose como uno de tantos estadounidenses que apenas saben de esa pobre España de olé. Porque muchos olés gritaron los llamados The Doors del siglo XXI ante el bochorno
-silvado- de la audiencia. La plaza perdonó el desliz cuando, impecables en lo suyo, olvidaron la tauromaquia e hicieron sonar la música que les hizo universales. La animación psicodélica del fondo del escenario, muy acorde con el aroma sativa que impregnó el coso de Benidorm, compitió con la pinta de los músicos. Sobre todo la del teclista, Ray Manzarek, que compareció invernal -bufanda y abrigo- y muy pronto se alivió , virtuoso, aporreando Roadhouse blues.
A veces una pancanta espontánea se alzaba recordando a algunos presentes que lo que sonaba en esa plaza de toros era poesía.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 6 de diciembre de 2003