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Crítica:TEATRO | 'Noche de guerra en el Museo del Prado'

Exaltación de la resistencia popular

En noviembre de 1936, Largo Caballero, en nombre del Gobierno de la República, encargó a Rafael Alberti y a María Teresa León la seguridad de los cuadros del Museo del Prado: las bombas fascistas caían a su alrededor. Ya los milicianos habían salvado las obras de arte del palacio de Liria, de los duques de Alba, alcanzado por las bombas incendiarias. En una noche de bombardeo se descolgaron y embalaron los cuadros del Prado y se llevaron a Valencia. En la intención de la República estaba no sólo salvarlos de las bombas de Madrid, sino de la guerra: en Valencia, el pintor y cartelista Josep Renau se encargó de ellos y los depositó en Ginebra, de donde regresarían al terminar la guerra. Alberti y María Teresa rememoraron algunas veces aquella noche trágica y solemne. En 1956, Rafael escribió una especie de obra de teatro, Noche de guerra en el Museo del Prado, que ha tenido varias versiones y representaciones en el mundo, a partir de las de Buenos Aires y de Italia. Ricard Salvat fue asesor y luego director de las versiones que se hicieron en Roma, Piccolo Teatro; la ha revisado varias veces y ésta es su séptima versión. Yo tengo especial cariño a la que estrenó el Centro Dramático Nacional, dirigido por Adolfo Marsillach, en la "transición", en un momento inseguro, con una compañía en la que dominaban los militantes del partido comunista y entre amenazas. Actualmente se está rebobinando la historia del teatro español reciente y los que vivimos aquellos estrenos nos encontramos ahora con situaciones difícilmente paralelas. En aquel caso, el acontecimiento era político y parecía que se estrenaba democracia. Todo parecía nuevo. En éste, hay una cierta oquedad, faltan estímulos: parece que estas obras vuelven porque no hay otras.

Noche de guerra en el Museo del Prado

De Rafael Alberti (1956). Intérpretes, Yolanda Diego, Bernabé Fernández, José Antonio Ferrer, Alicia Gil, Vicente Gisbert, Iván Nieto-Balboa, Raquel Ortega, Leandro Rivera, Pablo Rojas, Marisol Rozo, Javier Ruiz de Alegría, Carlos Seguí, Luisa Gavasa. Escenografía, Alfonso Barajas; figurinista, Javier Artiñano. Dirección y dramaturgia, Ricard Salvat.Teatro de Madrid.

La pasión del militante

Alberti no era autor de teatro: las 10 obras que escribió están, sobre todo, iluminadas por la palabra y por la pasión del militante comunista que fue siempre. Esta Noche de guerra... relata apenas el acontecimiento que la titula y, curiosamente, apenas se refiere a ese mismo momento del Madrid atacado y con el enemigo a la puerta: lo centra en el Madrid de 1808, con Napoleón en Chamartín. Hay un paralelo bastante discutible, pero en el ánimo del autor está la exaltación de la resistencia del pueblo al invasor. Alberti imagina que las pinturas de Goya, o sus personajes, cobran vida, y las de algún otro cuadro: se mezclan en escenas sin unión y a veces ajenas al tema. Es, por tanto, trabajo de dramaturgo y de dirección hacerla representable, y así lo ha tratado una vez más Ricard Salvat. En el enorme escenario abierto del teatro de Madrid los escasos personajes se pierden y la oscuridad se los traga. Por indicación del autor, las proyecciones de cuadros son grises: por alguna otra razón, algo temblorosas.

Sigue sonando muy valioso el verso de Alberti, tomado de otros poemas: Sobre los ángeles, A la pintura. La dirección de actores es muy dura: les deja parecer actores interpretando a actores que interpretaran un texto. Todo como con un eco, o tonillo. Alguna vez se ha dicho que esta escritura de Alberti está inspirada directamente de Valle-Inclán, pero no es un esperpento. Oscura y salmodiada, la Noche de guerra se pierde. Y deja otra inquietud más grave: por qué al contar las vicisitudes de Madrid ante el fascismo se utiliza la metáfora de 1808, no se cita al enemigo real y los personajes se encarnizan con Godoy, el Príncipe de la Paz, y su amante la reina María Luisa ("la gran puta") hasta ahorcarlos en escena. No se puede decir que fuera precaución de Alberti porque en sus romances de guerra y en sus memorias no ahorra vituperios contra los sublevados. En la "transición", en la inseguridad, parecía fuerte lo que se decía y el ataque a la monarquía; ahora no tiene razón de ser esta traslación.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 6 de diciembre de 2003