Apostados por las esquinas, dispersos, con grandes fardos sobre sus espaldas, miran y esperan. Es una imagen de la ciudad cada vez más frecuente. Al instante, desaparecen. La policía ha pasado. Se aprestan entonces a volver a los lugares estratégicamente situados para vender CD ilegales, copias, ropas o complementos de imitación. Son los llamados manteros, la mayoría de tez morena, como los que ofrecen todo tipo de compactos las mañanas de cualquier domingo en la céntrica calle de En Trench de Valencia.
Hay gente que acude al encuentro con una larga lista. "¿Tienes el de La cabra mecánica?", pregunta una joven endomingada con chándal. El tipo asiente y busca con habilidad en el grueso fajo de compactos que aún no ha tenido tiempo de volver a colocar sobre la tela después de la última alarma. La gente, en gran número, desfila a ritmo lento como si caminara por la ribera de un río, asomándose a las aguas. La estrecha calle de En Trench se parte: de un lado, la masa informe y abigarrada del gentío; de otro, la corriente de carátulas que de lejos parecen formar una fina película de agua plateada. Todo fluye con más o menos tranquilidad hasta que llega una nueva alarma. Ronda la policía. Todo se acelera. Algunos manteros estiran de la cuerda que une por el centro las cuatro puntas de las telas que sirven de escaparate. Otros recogen como pueden. En ocasiones, como hace unos domingos, las prisas provocan roturas o desatinos y los compactos caen al suelo. Compradores desaprensivos no se resisten a la tentación y pescan en río revuelto. Los manteros ni miran atrás. La calle vuelve a presentar un aspecto uniforme. El gentío se hace dueño de toda la calzada.
A escasos metros, parapetados detrás de los coches o contenedores de las numerosas callejuelas cercanas, apoyados en las esquinas o resguardados en los portales, los manteros hablan entre ellos. Los fardos sobre la espalda o en el suelo. Miran a todos lados, están esperando.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 8 de diciembre de 2003