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Crítica:ÓPERA

Maravilla en Baeza

La primera representación escénica mundial, después del estreno en Nápoles en 1779, de Ifigenia en Áulide, de Martín y Soler, ha sido en Baeza (Jaén), en el contexto de uno de esos festivales de muchas nueces y poco ruido, que ni siquiera dispone de un gabinete de prensa, pero que está llevando a cabo una planificación modesta y ejemplar, arropada por una ligazón teórica y divulgativa con la flor y nata de la moderna musicología española en los cursos de la Universidad Antonio Machado de Baeza.

Ha sido, además, el pistoletazo de salida de una reivindicación en toda regla del compositor valenciano Vicente Martín y Soler, del que en 2004 se cumplen 250 años de su nacimiento y en 2006 el segundo centenario de su muerte. El Instituto Valenciano de la Música ya nos había regalado otro aperitivo con la grabación de la ópera Una cosa rara, en formato de cuerda, en una fresca versión del cuarteto Canales. Buenos síntomas para una recuperación que se espera con ilusión.

Ifigenia en Áulide

De Vicente Martín y Soler. Real Compañía Ópera de Cámara. Director musical y escénico: Juan Bautista Otero. Con Olga Pitarch, Lola Casariego, Luigi Petroni, Betsabée Haas y Patricia Llorens. VII Festival de Música Antigua de Úbeda y Baeza. Auditorio Ruinas de San Francisco. Baeza, 6 de diciembre.

Partitura bellísima

Lo visto y escuchado en Baeza ha sido un acontecimiento: una partitura bellísima, con momentos excelsos en el cuarteto del final del primer acto, el dúo de Ifigenia y Achille después, o los momentos individuales de Olga Pitarch (qué estampa de gran trágica como Ifigenia) o de una inspiradísima, vocal y dramáticamente, Lola Casariego en el papel de Achille. La orquesta sonó estupendamente y aun se habría superado reforzando los sonidos graves -contrabajo, fagot, violoncellos- para imprimir un sello más acentuado de expresividad. En cuanto a la puesta en escena, fue elemental pero efectiva, con una baza de oro en la utilización de los marcos naturales del viejo monasterio franciscano y también en la simbología de un vestuario más intenso conforme la obra avanzaba. Las telas desplegadas en forma de velas, o los recursos físicos y corpóreos en primer plano, ayudaban al desarrollo narrativo sin necesidad de recurrir a la originalidad por la originalidad.

El festival de Úbeda y Baeza ha dado una vuelta de tuerca a su modélica trayectoria con su primera producción operística. La gente de Baeza lo recibió con entusiasmo. No debería apartarse en exceso, pienso, de su especialización renacentista, pues en ese terreno, y con la solvencia y rigor de sus organizadores, puede convertirse en un referente mundial. Para este comentarista ha sido una de las sorpresas del año (se adelantó, en cualquier caso, el diario alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung: ¡chapeau!). Y es que a veces surge la gran música en los sitios más inesperados. En Baeza, por ejemplo: maravilloso.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 8 de diciembre de 2003