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Crítica:

Irrenunciable dirección

En El buen sirviente, Carmen Posadas cuenta en tercera persona las relaciones de una reconocida fotógrafa y su madre. En torno suyo surgen insólitos personajes, representantes de la moral de nuestro tiempo. Al paisaje de la burguesía madrileña se añade la inmigración.

Hay una frase clave en El buen sirviente, la nueva novela de Carmen Posadas, casi hacia el final de su desenlace, que ayuda bastante a entender su propósito: "Sólo en la novelas las coincidencias tienen algún significado". Esa frase se enuncia en un contexto real, donde el azar y los destinos cruzados van en busca de algún sentido que nunca encuentran. Carmen Posadas arma su novela con esos cabos sueltos, y lo hace mediante una trama, fundamental dispositivo novelístico para cohesionar la materia dispersa en que se convierten sus personajes, que pululan por su relato. De lo que se trata ahora es de tasar esa trama, de saber su naturaleza y la importancia que tiene en la novela. En El buen sirviente, su autora recrea en cierta manera un mundo que ya utilizó en títulos anteriores, la burguesía acomodada de Madrid. Ahora este paisaje sociológico amplía su superficie con una nueva realidad, la inmigración y el mosaico étnico. Éstos no son elementos determinantes en la novela, pero forman parte de su riqueza humana y de unos contrastes psicológicos y discursivos sin los cuales su trama apenas tendría relevancia, y ya no digamos sentido.

EL BUEN SIRVIENTE

Carmen Posadas

Planeta. Barcelona, 2003

272 páginas. 19 euros

El buen sirviente cuenta en

tercera persona las insólitas relaciones entre una fotógrafa reconocida y su madre, por una parte, y de aquélla con otros seres no menos insólitos. Gente toda de hoy, representantes morales de nuestra contemporaneidad, almas sensibles y erráticas, amorfas y aburridas en busca de algo o alguien que les dé un digno lugar o que juegue con ellos a dárselo. Las apariencias, la belleza como droga, el juego no menos capital de las imposturas, el señuelo que tiende la ficción para inventarse una realidad mejor que la que sufren o para disimular incluso un crimen, todo ello es material en busca de un orden superior que les dé coherencia. Probablemente por estas razones compiten en esta historia, además de las víctimas de los ilusionistas, un escribidor y algún que otro novelista en busca de sus segundos de gloria. Esto es Balzac, pero también Dickens, el autor que Carmen Posadas nos sugiere como su mentor en esta muy buena novela. Además de envidiablemente flexible, en donde caben diversos registros y tonos (el humor y la parodia) según clases sociales y grupos humanos, la prosa de Carmen Posadas acepta la versatilidad de puntos de vista. Éste es un buen homenaje a Dickens. Y, sobre todo, lo que Raymond Williams señalaba del célebre inglés, la irrenunciable dirección hacia la crítica humana que conlleva toda lograda crítica social.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 13 de diciembre de 2003

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