Apenas se ha cerrado la celebración del 25 aniversario de la Constitución, con su correspondiente autocomplacencia por el consenso alcanzado, y ya hemos regresado de nuevo a la transición. El fantasma del imperialismo catalán ha vuelto con el ánimo de meter miedo, que es lo que, por otra parte, corresponde a cualquier espectro que se precie. Ahora, como en su advenimiento a finales de los setenta, también esconde debajo de la sábana una tranca para partirle la cresta electoral al adversario. Ahora, como entonces, la defensa de lo propio frente a la amenaza exógena es sólo un envoltorio de usar y tirar, aunque juegue con sentimientos muy sinceros. Dos hechos inconexos propician su retorno, pero el primero solapa en el segundo, que es desesperadamente político, sus fines particulares. El desenlace poco lampedusiano de la sucesión en el trono del PP valenciano lo ha avivado. Es la pataleta del ex presidente: sacude el escenario por el flanco más débil para tambalear a Francisco Camps y mejorar lo suyo a cambio de la paz. El anticatalanismo se ha revelado como un yacimiento inagotable para los intereses electorales y personales de la derecha local. Y en esa ciénaga estamos otra vez. El tardoblaverismo es el falangista Fernando Giner remasterizado y digitalizado vociferando como Paquita la Rebentaplenaris a instancias de Eduardo Zaplana. Pero el tardoblaverismo lo son también Camps y Esteban González Pons reaccionando con más anticatalanismo a cada desvarío alentado por el ministro desde el folletín incandescente de su comisionado de propaganda. También lo ha traído vía Madrid el inesperado y criminalizado pacto entre Pasqual Maragall y Josep Lluís Carod Rovira, por el que relincha Giner como un Palleter mancillado que ya sintiese en su piel lo que los cientos cargos de CiU experimentan ahora ante el abismo de la intemperie. Cataluña se dibuja de nuevo como una referencia inquietante en el discurso del PP para erosionar a tope a los socialistas allá y aquí, como ya hicieran Fernando Abril Martorell y Manuel Broseta en UCD. Entonces estos dos listos próceres engordaron a Lizondo y propiciaron el consabido desbarajuste civil. ¿A quién engordará este clembuterol ahora? ¿A qué precio?
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 13 de diciembre de 2003