En un artículo publicado el pasado 6 de diciembre en Opinión, titulado La ciencia del bien y del mal, Luis Goytisolo se pregunta sobre una "solución mágica" que resolviera el problema de rellenar el vacío que deja la desaparición de la asignatura de religión en las escuelas.
Le escribo porque la solución mágica hace más de un siglo que existe. Y no es ni la ética, ni la religión comparada, ni la filosofía, ni los dibujos animados sobre historia sagrada, ni los documentales de Rodríguez de la Fuente.
Existe una disciplina científica, bien estructurada, con experiencia en el estudio del ser humano, sus costumbres, sus religiones, sus mitos, sus ritos, sus creencias. Una disciplina que trata al ser humano como un todo, sin ningún juicio previo y sin categorizaciones previas.Se trata de la antropología cultural.
En este país tenemos un gran fondo de personas formadas en el campo de la antropología cultural. Por favor, consúltenles. La antropología cultural puede enseñarnos mucho y puede hacernos conscientes de nosotros mismos como seres humanos y hacernos entender a los otros seres humanos, aunque aparentemente sean distintos.
No se trata de buscar la ciencia del bien y del mal. Se trata de buscar la ciencia del ser humano, una ciencia que nos ayude a convivir, a comprender cómo somos, a comprender cómo son los demás, por qué actuamos de una forma concreta y por qué los demás lo hacen de una distinta. Una ciencia que nos permita ver nuestro planeta habitado, desde fuera, y con un poco de objetividad. Una disciplina que en vez de preguntarse cómo es Dios, o si nuestro Dios es mejor que el Dios de los demás, nos permita tener nosotros mismos la visión del mismo Dios, y ver al ser humano con unos problemas que, con un poco de cuidado, él mismo puede resolver.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 18 de diciembre de 2003