Apariencia y realidad

No se prodiga mucho Abel Ferrara (sólo dos títulos en cinco años: el que hoy nos ocupa, por cierto, es de hace dos), y no es raro, habida cuenta de que la senda de exploración del subsuelo del alma humana, sus fantasmas y sus más enquistados vicios lo aleja cada vez más de la comercialidad... si es que alguna vez estuvo en ella. Su última criatura hasta hoy es este extraño filme navideño, lo más alejado que se puede concebir de cosas como Elf, The Grinch o los productos de la factoría Disney; una vuelta de tuerca a Charles Dickens y su célebre cuento para estas fechas.

Sumariamente, la película, que se ambienta en diciembre de 1993, para justificar algo inesperado que ocurre en la ficción, cuenta la historia de un matrimonio de inmigrantes dominicanos como cualquier otra, que filma en vídeo una representación escolar navideña de su hijita, que intenta encontrarle la inencontrable muñeca que la cría pide a Santa Claus: que se comporta, en suma, como debería hacerlo cualquier progenitor responsable.

El problema es que ambos, marido y mujer, con cualquier cosa menos normales: se dedican a vender droga, aunque también saben ocultar a la niña la flagrante contradicción entre su comportamiento y su forma de vida.

Montaje seco

Con una duración muy corta, actores desconocidos y el nerviosismo de la cámara en mano y el montaje seco que es su marca de estilo en los últimos años, Ferrara cuenta cómo padre y madre salen de un súbito, brutal brete; habla de su capacidad de amor y sacrificio; y como ocurre tanto en su cine, termina hablando de otra cosa: de la misma manera que Teresa de Ávila afirmaba que el Señor habita también entre los peroles de la cocina, Ferrara sostiene que la Gracia se puede encontrar incluso entre las papelinas de heroína, a condición de hacerse acreedores de ella... la más extraña, pero al tiempo católica, reflexión navideña que pueda uno echarse a los ojos.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 19 de diciembre de 2003