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Crítica:CRÍTICA

Irónica y consoladora agonía

Es Las invasiones bárbaras una prolongación, con un salto en medio de casi dos décadas, de la célebre El declive del imperio americano, que el canadiense Denys Arcand escribió y realizó en 1986. Los mismos personajes son revividos por los mismos intérpretes. Y todo vuelve a girar, como entonces, alrededor del magnífico imán de la ironía cínica de Rémy Girard, que ahora agoniza lentamente en un hospital de Montreal y recibe allí en goteo el adiós de su gente, el desfile de rostros de lo que está dejando de ser su mundo de intelectual burgués atrapado por la redes del imperio neoyorquino, al que desprecia y del que se siente con rencor una sucursal. Y ahora, consumado el lento declive del imperio americano, llega a su oídos casi cerrados el estruendo de las bárbaras invasiones de sus burdos epígonos, un gang medieval de rapaces atrincherados detras del mascarón de proa de un imbécil llamado Bush.

LAS INVASIONES BÁRBARAS

Dirección y guión: Denys Arcand. Intérpretes: Rémy Girard, Sthephane Rousseau, Marie-Josée Croze, Marina Hands, Dorothée Berryman, Johanne Marie Tremblay. Género: drama. Canadá, 2003. Duración: 111 minutos.

Las invasiones bárbaras conserva intactas la sagacidad y la inteligencia de su hermana mayor e incluso va más lejos que ella en su zona final, en la que Arcand abandona sus inclinaciones a la píldora cultural y al exceso de pulimento del lenguaje, que a veces peca de profesoral, y va al verdadero grano de lo que ocurre en la pantalla, que es la agonía de un hombre, asunto íntimo de todos. Y esa zona final es recia, sincera, libre, generosa, espléndida, por su apasionante concreción y por su atrevimiento al abordar la eutanasia, la muerte humana, a la altura de los espíritus libres de este tiempo, que no ceden su sitio aunque estén acorralados por la invasión de la barbarie dominante.

Es Las invasiones bárbaras cine adulto y para gente adulta. Una consoladora sabiduría llena de humor y de verdad las imágenes que destila su zona de desenlace, por la que se le perdona a Arcand su maniática y abusiva propensión a la cita culta. Aquí maneja, en orden de gazpacho, nombres y ecos de Auschwitz, Françoise Hardy, Godard, el 11-S, el Gulag, Solietnitzin, Cristo, Tocqueville, el Monte Carmelo, Nicole Kidman, Sartre, Camus, Frantz Fanon, Marx, la CIA, Eurípides, Sófocles, Platón, Aristófanes, Sócrates, Modigliani, Maquiavelo, Rafael, Elvis Presley, Washington, Jefferson, las Brigadas Rojas, Tácito, Jacques Brel, Dante, el Ponte Vecchio, los ravioli de Ferrara, Julio Cesar, el determinismo, el baile de la heroína y la naturaleza, el existencialismo, y más sombras de sombras, que no logran oscurecer la humana luz de fondo que enciende esta notable película, algo redicha pero llena de ideas y de empuje.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 19 de diciembre de 2003